miércoles, 11 de febrero de 2009

Astillero

Julio Hernández López

■ Nerón toca la lira
■ Indolencia suprema
■ Forcejeos por negocio

Dado que ejerce formalmente el poder (haiga sido como haiga sido), Felipe Calderón debería manejar los asuntos públicos con dosis mínimas de prudencia, sensibilidad e inteligencia. Pero, cual si fuese un César en momentos de extrema decadencia, el ocupante de Los Pinos y su banda de acompañantes están en incesante competencia consigo mismos para alcanzar las marcas de mayor escándalo en cuanto a impericia política, frivolidad íntima y daño a la sociedad. Desde la crisis sentimental tratada como duelo de Estado en el caso Mouriño, el licenciado Calderón actúa con absoluto sentido de la desproporción, encerrado en la cápsula de fábulas aceptables que le fabrica su gabinete lleno de mediocridades y complicidades, dedicado a imponer candidaturas a gobernadores y a diputados federales en su partido, parapetado tras murallas militares y amenazado por los grupos de narcotraficantes que se sienten injustamente desplazados o facciosamente perseguidos, e intolerante con quienes piensan y actúan de manera distinta a la que quisiera establecer el hombre que canta y vibra de noche mientras la nación arde.
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