miércoles, 11 de febrero de 2009

La bendita crisis

JAVIER SICILIA

En su sentido etimológico, la palabra crisis quiere decir “momento de decisión”. En el sentido de la economía moderna –el único sentido que parece habitar en nuestras sociedades–, significa hecatombe, alarma, pánico. Cada mañana, al abrir los ojos, los noticiarios y los periódicos nos recetan esas dosis de horror: junto a los nuevos descabezados y asesinados del día anterior –frutos también del deseo económico–, informadores y economistas, con la abstracción impalpable de las gráficas y las cifras, no cesan de mostrarnos los estragos de la crisis y –aquí redescubren el sentido etimológico de la palabra– de buscar una solución, de decidirse por un camino de salida.

Para ellos y los políticos, enfrentar la crisis significa aumentar patógenamente la dependencia de la gente hacia los mercados y sus controles. De ahí su alarma, su incitación al miedo. (El capitalismo, para efectuar los reajustes necesarios que le permitan sobrevivir, necesita, como el fascismo y el comunismo, generar miedo.) Para quienes hemos denunciado la falacia en que la economía moderna se funda, significa, por el contrario, una manera de recuperar la renuncia selectiva, progresiva y crítica a ciertas mercancías y algunos servicios que destruyen la libertad y el mundo de lo humano; una oportunidad –de ahí su carácter de bendición– para desenchufarnos del sistema; una posibilidad de recuperar lo que la oiconomia significaba para Aristóteles y, después, para Gandhi, “el cuidado de la casa”, y no –es el sentido que le da la economía moderna– la asignación de recursos limitados a fines ilimitados, que el propio Aristóteles definía, en oposición a la oiconomia, como crematística: la desproporción del que entra en intercambios con la intención de obtener más de lo que da y de acumular más allá de cualquier principio de satisfacción.
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