El despertar
José Agustín Ortiz Pinchetti
Cuando me preguntan mis amigos, con un poco de ironía, qué gano recorriendo semana tras semana villas, pueblos, ciudades y aldeas de Puebla en el "humilde" trabajo de constituir comités del gobierno legítimo, les contesto sin vacilar: busco sentirme feliz. Esto los desconcierta y entonces les cuento una anécdota que hoy comparto con mis lectores.
Una noche de diciembre del año pasado, en el pueblo de Tepatlaxco, a unos 30 kilómetros de la capital poblana, con miembros de 10 comités municipales, se acercaba el fin de año y calaba el frío. La junta se realizó en una casa en proceso de construcción. Juntamos las mesas metálicas, cubiertas con manteles de manta, bordados a mano. Había 20 o 30 personas que venían de varios pueblos de la región. Nos ofrecieron un refrigerio: tamales, pan dulce, café, refrescos, atole y, sobre todo, cordialidad.
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