Carlos Monsiváis
¿Cuáles son los límites de la sacralidad en medios de intensa privación? Ni los siglos de cristianismo y de racionalismo, de guadalupanismo o de religión concebida como instrumento del decoro y garantía de la propiedad privada, ni el avance de la sociedad laica, requisito de la modernización, han evitado la explosión demográfica marginal: a lo largo del siglo millones de mexicanos (y su número se multiplica) han confiado en espíritus y curanderos, en todas las formas del milenio y en el tránsito hacia el milenio. Allí están, aunque no se les acepte, entregados a convicciones insospechadas, adheridos a grupos que son familias ampliadas, llenas de fervores proselitistas, representados nutridamente en los ambientes rurales y de marginación urbana (aunque también en otras clases haya muchos adeptos). Allí están, desdeñados y persistentes, los espiritistas, los espiritualistas trinitarios marianos, los seguidores de iluminados y brujos.
En México y en América Latina se extiende el universo de mitos, rituales, centros sagrados, emociones carentes de frenos sociales, peregrinaciones anuales, prácticas especialísimas, relatos maravillosos, santorales al margen del santoral, personajes carismáticos. A esta nación del milenarismo y la religiosidad popular se le aísla o desdeña por “primitiva y supersticiosa”, regalándosele las prerrogativas de la “religiosidad-como-Dios-manda”. Y sin embargo, persiste.
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