México vive una profunda crisis general: económica, financiera, política, cultural, de seguridad. Lo extraordinario tiende a convertirse en ordinario. La política económica de Felipe Calderón, continuadora de los cuatro anteriores gobiernos neoliberales, ha conducido al país al caos y la miseria. Como nunca, por encima de partidos, clases y estamentos, esa política es rechazada por la mayoría de la población.
¿Adónde va el desgobierno de Calderón? El engaño marcha acompañado de la torpeza. No fue sólo el engaño con fines electorales en 2006. Fue también un engaño para reincidir, sin imaginación y sin grandeza, en el error. Y para acentuarlo, con el consiguiente efecto acumulativo del mal. El gobierno tiene la responsabilidad de gobernar; pero gobernar no se reduce a ocupar puestos de mando, tampoco es acallar ni reprimir. Menos militarizar el país con la excusa de "pacificarlo". Nunca las medidas de emergencia fueron solución para las crisis. No lo será tampoco la iniciativa de reforma a la Ley de Seguridad Nacional presentada al Senado por Felipe Calderón. De golpe o gradualmente, la fuerza trae la fuerza; es su ínsita lógica avasalladora. Cuando un gobierno cree o simula creer que el disgusto generalizado es obra de "agitadores" profesionales a los que identifica como "peligros para México", o cuando potencia la criminalidad y la violencia para justificar la fuerza desmedida del Ejército, en un afán por encubrir su propia debilidad e ilegitimidad cae, de manera indeludible, en una sucesión de paroxismos. Calderón confunde energía con amenazas y palos de ciego.
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