No hace mucho tiempo, tres décadas acaso, las sociedades contemporáneas tenían una idea bastante distinta del futuro. Todavía ondeaban, aunque ya debilitadas, algunas de las utopías centrales que significaron al siglo XX. Con una dosis de innegable inocencia, las expectativas de un orden que hiciera posible una vida mejor provenían de los más diversos rincones y relatos del imaginario político y social. A principios del siglo XXI, el cambio fue abrupto. Esa inocencia fue desplazada aceleradamente por una cultura muy distinta; la cultura de las distopías, fincada en la convicción de que las amenazas y los riesgos que nos depara el futuro superan con mucho a cualquier otra de sus expectativas. La retórica de las distopías acabó por decantarse en una cultura del miedo. Un repaso de las imágenes sobre la trama del tiempo que alberga el imaginario actual mostraría que el miedo es, probablemente, el único elemento capaz de cohesionar (y movilizar) a las sociedades de nuestros días.
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