La conmemoración del Día Internacional del Trabajo, realizada ayer en diversas partes del mundo, tuvo en nuestro país un telón de fondo particularmente desalentador para los trabajadores y la población en su conjunto.
En los años recientes, la celebración del primero de mayo se ha vuelto el espacio propicio para las expresiones de repudio a la política económica neoliberal, vigente en el país desde hace más de dos décadas, que ha implicado, entre otras cosas, la caída sostenida del poder adquisitivo del salario, la aplicación de medidas de contención salarial por demás injustas, la desaparición de conquistas y derechos laborales y sociales, el "adelgazamiento del Estado" y la consecuente imposición de dietas presupuestarias para los organismos de seguridad social. Además, el desmantelamiento de mecanismos de bienestar, la apertura indiscriminada de los mercados, la liberalización de precios, la privatización de los bienes nacionales y la aplicación de una política fiscal clasista que privilegia a los potentados y se ensaña con los contribuyentes cautivos. La obediencia a estas directrices –del salinato al calderonismo– ha dejado un profundo deterioro de las condiciones de vida del común de la población, ha cancelado las perspectivas de movilidad social y ha colocado a los trabajadores en una suerte de crisis permanente desde hace más de cuatro lustros.
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