Bernardo Bátiz V.
Una muestra muy lamentable de la descomposición social que estamos viviendo en México es la forma torpe y superficial con la cual las autoridades y algunos sectores de la sociedad afrontan la turbulencia mediática provocada por la lamentable tragedia de un menor, víctima de secuestro y homicidio. Sobre este tema ¿qué vemos, qué oímos? Declaraciones ampulosas, convocatorias a grandes frentes que de tan grandes se convierten en mastodontes paralíticos, histeria de conductores y comentaristas de radio y televisión, cambios cosméticos y formaciones apresuradas de nuevos grupos policiacos de elite, como los 300 elementos que la Policía Federal Preventiva pretende dedicar en todo el país al combate del secuestro. Este último es precisamente un ejemplo de las propuestas ingenuas o al menos inexplicables, pero sin duda apresuradas de las autoridades; nueve o diez elementos por estado que, divididos en dos turnos, serán unos cuatro o cinco policías antisecuestros, actuando en contra de las, según los medios, poderosas e imbatibles bandas de secuestradores.
Los problemas son de más fondo; los delitos en singular tienen causas subjetivas, tanto de la víctima como del victimario; cualquiera, dada la naturaleza humana, puede cometer un ilícito, y cualquiera, sea cual sea su edad o su situación social, puede en un momento ser víctima de un delito. Individualmente, víctimas y victimarios poseen características personales que los inclinan o los hacen propensos a contar en las estadísticas de los que cometen los actos antisociales o de los que son sujetos pasivos de los mismos.
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