lunes, 18 de agosto de 2008

UNA COLORADA (columna Internacional)

YA ES LA HORA
Por Lilia Cisneros Luján
prensa@cocuac.org.mx
18 de agosto del 2008

Más allá de la evocaciones apocalípticas, con sus cuatro caballos de vencedores y vencidos, guerra, hambre y muerte y, los sellos abiertos con la extinción de una cuarta parte de la humanidad, situación social de anarquía, o las trompetas anunciando granizo, fuego, inundaciones, plagas, enfermedades que diezmarán a miles, un gran horno o el oscurecimiento del sol; es la hora de que cada uno, más allá de las asociaciones –mentales o reales- en el ámbito de lo religioso o lo político, empecemos a reflexionar sobre el punto en que nos encontramos y la viabilidad de nuestra descendencia.

La juventud de hoy, parece ajena a una realidad histórica marcada por la desigualdad. En México, los grandes y pequeños rasgos que le dan especificidad a nuestra sociedad y a su historia tienen en la desigualdad abismal, un contexto estructural y cultural hoy borrado de la mayoría de las mentes, por el cúmulo informativo y mediático que por una parte lamenta y expone de forma amarillista el tráfico de personas, la pederastia, las adicciones y la violencia y por la otra, niega las causas de estos flagelos e incluso llega al extremo de hacer apología de ellos. ¿Cómo evitar el comercio sexual si todo el entorno está lleno de imágenes que mueven en el subconsciente del ser humano conductas enfermizas? ¿Se puede erradicar la violencia, si en los valores prevalentes de finales del siglo XX y principio de éste, el éxito consiste en acaparar, tener más que ningún otro, justificar el atropello o darle las espaldas a los problemas de las mayorías, siempre viendo la paja del ojo ajeno? ¿Quién quedará sobre la faz de la tierra, si un gobernante promueve la confrontación y la exclusión al culpar al Congreso sobre la carencia de normas cuyas iniciativas él mismo nunca envió o las que hoy se redactan únicamente en beneficio de unos cuantos? Por ello es de suma importancia, la intención de que todos los sectores de la sociedad concurran a un encuentro para analizar y resolver el problema de seguridad en México. Más allá de quien convocó, de la picazón por la exclusión inicial de los gobernadores y de las pataletas de los carentes de madurez, el ejercicio es válido; sobre todo si resulta en bajar la presión por el pleito interno y externo de los partidos, en evitar que el poder judicial acuse a los otros dos poderes por no hacer leyes o no cumplirlas, en el reconocimiento de las autoridades investigadoras de su proclividad a lanzar la papa caliente a otros, para desafanarse de su trabajo y lo que es más importante, en la mano firme para castigar a los culpables, aun cuando sean estos, funcionarios o miembros privilegiados de del nepotismo.

El Estado moderno, cuyos precedentes se ubican en los siglos XVII y XVIII, gira sobre la noción del bienestar y la felicidad. En la visión aristotélica el placer, es mero acompañante y los recursos materiales son medios y no fines, como lo impone la corriente utilitarista. El estado, ampliamente estudiado por Herman Heller, se caracteriza por asegurar la paz, la vida de sus ciudadanos y su propiedad y por orientarse a su bienestar; lo cual convierte a la caridad en un contrato subordinado al derecho y no como ocurre en esta explosión de fundaciones que le birlan al erario los fondos necesarios para lograr su fines, en eventos de soberbia y de ocultamiento del robo a los muchos que carecen de lo indispensable. En este modelo de Estado, adoptado por la constitución de 1917, la autoridad moral última de los jueces, está fundamentada en el derecho y se orienta invariablemente a la protección de las mayorías, que tienen prerrogativas como el empleo, la seguridad social y en general a los satisfactores indispensables para la igualdad social y una vida plena. Ojalá, que a partir de este intento de inclusión de todos, se llegue al análisis de las causas: una crisis fiscal, en el caso de México por el incremento del gasto corriente en detrimento del social, otra estructural y sistémica por el exceso de funciones –y funcionarios- que se cargan al erario y, por supuesto, las fallas del sector público que han destruido el tejido social en aras de un exacerbado personalismo, para considerar en cambio propuestas en torno a la dignidad de la persona humana y a la finalidad de la actividad política.