Ricardo Rocha
La palabreja la aprendí recientemente. Significa: “La incapacidad de la estructura gubernamental de proveer a los individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad”. Díganme si no parece un retrato hablado del actual momento del país.
Hoy, la crisis financiera ha derivado en una crisis económica de incalculables proporciones. Pero vivimos también una creciente crisis social derivada del desempleo, la devaluación del peso y el desaliento generalizado. Sume usted una sangrienta crisis de inseguridad que estalla día a día en nuevos y demenciales niveles de violencia. Pero a éstas hay que añadir la peor de todas: una dolorosa crisis de valores. En la que están ausentes el patriotismo y el amor a la nación. En la que se duda del valor del trabajo y de las palabras. Y en la que predominan la miopía, la negligencia, la insensatez y las frases huecas.
Baste la incontinencia verbal de los secretarios de Estado en los días recientes. En paralelo, el chismarajo de las grabaciones y revelaciones escandalosas deja chiquita a la inmensa filósofa política Celia Cruz: “Ponina y Songo le dio a Borundongo; Borundongo le dio a Bernabé; Bernabé le pegó a Muchilanga…”, y así ad infinitum. Todo para que al final se imponga nuevamente el cinismo.
¿Qué pueden esperar los ciudadanos de un gobierno así? Ahí tiene pues lo de la anomia: individuos aislados, desamparados e incomprendidos por un aparato gubernamental cada vez más insensible y distante; inermes ante los embates de las adversidades cotidianas.
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