Epigmenio Carlos Ibarra
Se ha producido un cambio notable, a juzgar al menos por las palabras de Hillary Clinton, en el discurso gubernamental norteamericano en torno al problema del narcotráfico y sus secuelas de violencia y muerte. Equivocado sería atribuir esta súbita toma de conciencia de Washington que habla, por primera vez de su responsabilidad en el asunto, a las maniobras diplomáticas del gobierno mexicano. Muy lejos está Tlatelolco de poder anotarse este tipo de victorias. No estamos tampoco ante un triunfo de Felipe Calderón quien, a últimas fechas, ha puesto el dedo en la llaga, ni sólo ante una operación de cortesía, por parte de la secretaria de Estado, para preparar el viaje a México de Barak Obama.
El gobierno estadunidense no cede ante las presiones de gobiernos extranjeros, menos todavía a las de su vecino del sur, ni abandona graciosamente posiciones que, desde el punto de vista estratégico, le permiten mantener e incluso ampliar el control que ejerce sobre sus áreas de influencia. Más allá incluso de que la nueva administración pueda representar un saludable cambio de actitud ante nuestro país –lo que está por verse– está el hecho de que a los norteamericanos, con esto del narcotráfico, ya les llegó en su propia casa el agua a los aparejos.
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