Adolfo Sánchez Rebolledo
Al presidente Sarkozy no se le reprocha la firmeza con que defiende a su compatriota Florence Cassez, sentenciada por secuestro, pero sí la notoria falta de prudencia para convertir un asunto penal en el tema central de su visita oficial a México. Como si México y Francia no tuvieran una agenda bilateral prometedora, a la vez rica y compleja, Sarkozy prefirió el juego mediático para anotarse unos puntos en el marcador, demostrando así que el "populismo" no tiene patria y es tan común como la política misma. "No soy el hombre de la impunidad para nadie, pero al mismo tiempo tengo una responsabilidad con mis conciudadanos, hagan lo que hayan hecho" (sic), dijo ante el Senado de la República, opacando otros pasajes de su elaborada pieza oratoria, incluido aquel timbrazo al nacionalismo local donde aseveró que "el mundo espera más de México", al reclamar el muy discutible envío de tropas nacionales a las cuestionables operaciones militares de paz emprendidas por Estados Unidos y sus aliados europeos bajo la bandera de la ONU. Pero la alusión a Cassez lo borró todo y marcó la jornada. Sarkozy, el campeón de las liberaciones difíciles, actuaba de nuevo, aun cuando el problema de marras discurre con normalidad a través de los canales diplomáticos y judiciales correspondientes.
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