La cadena de acontecimientos negativos, entre ellos las dos crisis sucesivas (la alimentaria y la económica), recrudece la vida cotidiana con la epidemia de influenza porcina que azota al país. Comprobar la ausencia de un solo laboratorio capaz de identificar la naturaleza de un fenómeno desconocido de salud, pone en evidencia los enormes huecos que el modelo de gobierno y económico ha inducido en la estructura productiva y científica de México. Se tuvo que recurrir al extranjero (Estados Unidos y Canadá) para averiguar el tipo de virus que está matando a los mexicanos. La parálisis de la vida organizada actual podría haber sido más benigna con tan sólo reaccionar días antes a la emergencia. No se pudo y, ahora, muerto el niño, hay que tapar el pozo a marchas improvisadas: importando dos laboratorios.
Pero similar cuestión puede encontrarse si de producir vacunas se trata. La empresa pública especializada (Birmex) hace mucho tiempo dejó de investigar por sus propios medios e imposibilitó su debido desarrollo. Ha quedado, esparcida por muchas clínicas nacionales, una red de detección de influenza que todavía hace su trabajo; son los remanentes de esa burocracia epidemiológica y asistencial de prestigio que ha sido diezmada sin contemplaciones durante el panismo empoderado. Pero sus capacidades de detección y análisis, como se puede fácilmente observar, son limitadas, tanto en personal experto como en equipos adecuados. Cosa de la astringencia presupuestal y las prioridades asignadas desde la lejana mirada de los tecnócratas hacendistas, celosos guardianes del neoliberalismo más retardatario y decadente.
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