La epidemia ha desnudado nuestra incapacidad científica y tecnológica. Derrumba la creencia de que invertir en investigación y desarrollo es frivolidad en un país con pobres y hambrientos.
Siete países han reportado ya casos de influenza porcina. Estados Unidos confirmó 64 enfermos. México, pese a ser el país con más infectados y fallecidos con síntomas relacionados, apenas tiene corroborados 26 casos, siete de ellos decesos, por el virus A/H1N1. Será hoy o mañana, una semana después de lanzada la contingencia, cuando haya aquí laboratorios especializados para la detección oportuna, los mismos que han permitido a naciones más avanzadas tener mejor información en menor tiempo.
Sorprende a otros países la respuesta mexicana. Brasil y Francia se han quejado de la lentitud nacional en informar sobre la epidemia. En tanto, los corresponsales extranjeros le preguntaron al secretario de Salud, José Ángel Córdova: ¿por qué en México siguen muriendo personas de una enfermedad curable mientras en el resto del mundo sólo hay contagiados? Su respuesta fue: “Porque aquí siguen llegando tarde” los pacientes. En caso de ser cierto eso, habría que preguntarse si la infraestructura hospitalaria mexicana —en sí misma— no es un factor que explique esa mortandad o también las condiciones de salud previas de los fallecidos.
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