Entre otros de sus resultados, la crisis nos permite comprobar hasta qué punto las ideas de nuestros "modernizadores" se quedaron estancadas en el pasado. Mientras aquí gobiernos y empresarios sueñan con una reforma laboral para disminuir el peso de la organización sindical en la actividad productiva, en Estados Unidos se despliega un vasto movimiento que reivindica la sindicalización de los trabajadores, atacada y estigmatizada en tiempos de bonanza por la revolución conservadora en nombre del individuo y su libertad, faltaba menos.
El asunto no es una minucia. Para la poderosa AFL-CIO, "dar a los trabajadores la libertad de formar sindicatos y negociar colectivamente es la clave para la vuelta de la economía y la reconstrucción de la clase media de América". Independientemente del significado atribuido al término "clase media" (también utilizado por Obama en el mismo sentido), hay en esta reflexión un elemento clave para la estrategia de la recuperación que en nuestras latitudes suele pasar de noche: es imposible imaginar, no ya un nuevo ciclo del estado de bienestar, sino al menos la salida de la crisis sin una política laboral centrada en el empleo como su eje principal. Y ello exige que los trabajadores intervengan en la negociación con su contraparte productiva, lo cual se hace difícil en las circunstancias actuales, pues en Estados Unidos sólo 7.5 por ciento de los empleados en el sector privado están sindicalizados.
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