Lydia Cacho
El 3 de enero llegué a un restaurante de la Condesa en el Distrito Federal, el menú ofrecía unos deliciosos camarones al limón y no pude resistir pedirlos. El capitán de meseros me dijo que no tenían camarón fresco, su proveedor de Campeche no estaba trabajando. En la mesa acabamos hablando del alza de 35% del diesel marino y del paro de los pescadores en todo México.
Los pescadores exigen al gobierno federal que subsidie el diesel, al estilo de los gobiernos paternalistas priístas, lo que significaría posponer la explosión de una bomba de tiempo. Lo que es preocupante es que este paro de pescadores no es un síntoma aislado, sino parte de un grave desplome de las economías locales de los países pobres y en vías de desarrollo, producto de una globalización salvaje que ha aplastado los valores humanistas y de desarrollo social.
El primero de enero Juan Ramón de la Fuente planteó en su columna de EL UNIVERSAL el regreso del concepto renovado de Estado-nación, como una salida a la crisis mundial. El argumento es que el planeta está devastado: el medio ambiente, la economía, las finanzas y la violencia del crimen organizado insertada en redes globales. Todo ello como resultado de los excesos de una globalización creada por los intereses de las corporaciones a quienes les da lo mismo que empobrezcan o mueran de hambre mil o 10 mil personas. Sabemos que los ejecutivos y los brokers de las transnacionales son más poderosos que los jefes de Estado. Padecemos de los estragos de un orden mundial regenteado por intereses comerciales ajenos a cualquier tipo de responsabilidad moral; estamos en un momento en que el cambio sí es posible, pero hay que mirar más allá del barco camaronero.
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