Macario Schettino
Durante las fiestas de Navidad, una joven mexicana murió en Filipinas, en circunstancias extrañas. Se trata de Elisa Loyo Gutiérrez, nacida en Monterrey, de familia coahuilense, pero avecindada en Canadá por algunos años. Estudió para chef de cocina en Ontario, y abriéndose camino trabajaba en el hotel Fontana, cerca de Manila. Fue encontrado su cuerpo el viernes 26, aunque se desconocía su paradero desde el 23 de diciembre. La poca información que existe induce a pensar en la posibilidad de un asesinato.
La Secretaría de Relaciones Exteriores emitió un boletín el 28 de diciembre informando oficialmente de la muerte de la joven y notificando su apoyo a la familia, así como la existencia de contactos con las autoridades filipinas para el esclarecimiento del caso. En el sitio electrónico de la oficina de asuntos exteriores y comercio de Canadá no hay ninguna referencia, aunque Elisa contaba también con la nacionalidad de ese país.
En México, la noticia apenas apareció en páginas interiores, y no en todos los medios. Tal vez sea la natural displicencia de las vacaciones de fin de año, pero tal vez también sea que nos estamos acostumbrando a la muerte. Peor aún, puede ser que a eso se sume nuestra incapacidad de entendernos en el mundo.
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