Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
Todo empezó en 2001, cuando Montiel y Fox se amafiaron en el negocio del siglo: un nuevo aeropuerto
La represión en Atenco es uno de los más vergonzantes capítulos en la historia reciente de este país. Y tiene razón el ministro Góngora Pimentel: nunca se trató de reabrir una carretera. Fue un acto de venganza.
Todo empezó en 2001, cuando los indefendibles Arturo Montiel, gobernador, y Vicente Fox, presidente, se amafiaron en el negocio del siglo, disfrazado de la obra del sexenio: la construcción de un nuevo aeropuerto que extinguiría la existencia de Atenco, un municipio de honda raigambre prehispánica.
Esa ambición desencadenó una larga lista de abusivas torpezas: los gobiernos quisieron comprar al presidente municipal; contando con 70 pesos de presupuesto por metro cuadrado, ofrecieron sólo siete; desataron una campaña de odio y menosprecio contra los de Atenco por oponerse a desaparecer “en beneficio de la patria”. Por eso dijeron: no vendemos. A ningún precio.
De ahí comenzó una admirable batalla en tres frentes: la movilización social que llegó hasta el Zócalo con los machetes en alto como símbolo del trabajo en el campo; la conformación del Frente de Pueblos Unidos en Defensa de la Tierra —con adhesiones regionales, nacionales e internacionales— y una brillante defensa jurídica del maestro Ignacio Burgoa Orihuela. Hasta que en agosto de 2002 una furiosa presidencia foxista tuvo que anunciar la cancelación del proyecto y la revocación del decreto expropiatorio. Atenco venció a los dos gobiernos. Al PAN y al PRI.
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