En 1959 Fidel Castro, al frente del ejército revolucionario, entra a La Habana. En Iberoamérica el entusiasmo es extraordinario, al concretarse, en mezcla vertiginosa de sueños y realidades, el anhelo histórico: la victoria sobre el imperialismo estadounidense, en este caso la independencia de un país a 90 millas de EU. Es amplísimo el apoyo a la Revolución Cubana, y la mayoría de los intelectuales latinoamericanos se cree a las puertas de la genuina modernidad, ya no producto del acatamiento de la tecnología sino de la mezcla de experimentación y justicia social, de libertades formales y compromiso revolucionario.
Entre 1959 y 1970, va a Cuba una gran parte de los mejores escritores, artistas e intelectuales del mundo. Figuran Ezequiel Martínez Estrada, José Bianco, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Roberto Matta, Pablo Neruda, David Alfaro Siqueiros, Luis Cardoza y Aragón, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Ángel Rama, David Viñas... Nunca antes un hecho político ha dispuesto de tantas resonancias culturales. Y para entenderse con lo que al principio no es “turismo revolucionario”, las autoridades de Cuba fundan en 1960 Casa de las Américas, destinada al diálogo con escritores, intelectuales y artistas afines a la Revolución. En julio de ese año aparece Casa de las Américas, revista dirigida por Antón Arrufat y Fausto Massó, que a lo largo de una década es centro impulsor de lecturas, debates, tendencias, revisiones que desembocan en otro canon de la cultura latinoamericana. Difunde a novelistas y poetas, de Rulfo a Vargas Llosa, de Aimé Cesaire a Mario Benedetti; informa de la necesidad de leer a Althusser y Fanon; documenta “la unidad profunda” de América Latina, mantenida pese a regionalismos y nacionalismos.
Leer Nota AQUI
Leer Nota AQUI