Muchos de ustedes, señoritos de la escena internacional que ahora nos evitan, a nosotros los mexicanos, por apestados, llevan décadas haciendo negocios prósperos con la oligarquía de nuestro país. Innumerables empresas del primero, del segundo y hasta del tercer mundo, se han hinchado de dinero a la sombra de las privatizaciones salvajes y corruptas que arrancaron en forma descarada a partir de 1988 –y de lo que las acompañó: congelación salarial; aniquilación de sindicatos, ejidos, comunidades, barrios y todo lo que oliera a tejido social; enriquecimiento programado de cuarenta gatos en detrimento de cien millones; eliminación de instituciones, políticas y programas de bienestar social, y su remplazo por planes de limosna selectiva; desprecio y ninguneo presupuestales a la salud, la educación, el desarrollo científico y tecnológico (qué bonito se ve Salinas, dos décadas después, cerrando el único centro público productor de vacunas) y la cultura; devaluación generalizada y sistemática de la población a fin de elevar la competitividad internacional de la carne humana, que ha sido vista, junto con el petróleo y las drogas, como nuestra carta fuerte de exportación; corrupción progresiva y deliberada de la vida republicana y del aparato estatal; construcción masiva y acelerada de polos turísticos, clubes de golf, marinas, centros comerciales y oficinas gubernamentales tan relucientes como inútiles, y abandono de caminos vecinales, clínicas, escuelas, conjuntos habitacionales y cementerios.
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