martes, 5 de mayo de 2009

Influenza, metáfora de irresponsabilidad

JAVIER SICILIA

Hasta antes de la Ilustración, el mal físico era visto como una compensación por nuestras faltas, como un castigo purificador. La noción venía de la tragedia griega, en donde el mal que alguien padecía era consecuencia de sus actos. Desde el terremoto de Lisboa, en 1755, y el poema que Voltaire le dedicó, el mal, sin embargo, se naturalizó. A pesar de la lúcida crítica que Rousseau hizo a la concepción volteriana (“... convenga –le escribió– en que la naturaleza no edificó allí 20 mil casas de seis a siete pisos y que si los habitantes de esa gran ciudad hubiesen estado dispersos de manera más igualitaria y más ligeramente alojados, el daño hubiese sido mucho menor y quizás nulo”), la idea de Voltaire de que casi todo el mal es un hecho sin responsables, natural, bruto y carente de razón, prevaleció, al grado de que en la era de los grandes desarrollos tecnológicos las metáforas que se usan para hablar de las catástrofes perpetradas por la mano del hombre son metáforas relacionadas con la naturaleza. Muchos sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki hablan del día en que “el tsunami nos golpeó” o de la hora “en que el meteoro cayó”. De la misma índole son las hecatombes ecológicas y las epidemias que, como la influenza porcina, la gripe aviar o el mal de las vacas locas, comienzan a azotarnos.
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