Guillermo Almeyra
Las encuestas
prelectorales –sobre cuyas intenciones y precisión hay mucho que decir–
siguen dando una ventaja de 10 puntos al candidato de Televisa y del establishment,
Enrique Peña Nieto. Sin embargo, a pesar de los grandes medios de
desinformación e intoxicación, y gracias a las masivas manifestaciones
populares y de universitarios, Andrés Manuel López Obrador está
reduciendo esa distancia cuando queda algo más de un mes para votar. Por
tanto, hay margen para destacar algunas cosas.
En primer lugar, la fuerza de los conservadores y reaccionarios
consiste en el atraso, la desinformación, el conservatismo y la
despolitización de millones de ciudadanos que tradicionalmente votan por
los aparatos de los partidos de gobiernos (PRI y PAN) por razones
clientelares, esperando una mísera recompensa prometida, o que aceptan
pasivamente la hegemonía de las televisoras y los diarios bien regados
por el gran capital. A ellos se suman quienes por la lejanía de donde
están empadronados o por pasividad y resignación o ignorancia vestida de
apoliticismo, simplemente se abstienen, como si fuese posible
abstenerse ante un incendio que está consumiendo todo el país, en vez
de, por lo menos, intentar combatirlo. Esa masa amorfa, ese magma
formado por víctimas ignaras del sistema, por esclavos mentales y por
pillos que trabajan para perpetuar su dominación, no se organiza, no
hace manifestaciones y no es visible sino bajo la forma de una espesa y
densa resistencia al cambio social. Una parte vota por la derecha y se
entierra aún más, y otra, con su abstención, le da a esa derecha
posibilidades, ya que si los electores no toman en sus manos su propio
destino y luchan, decidirán por ellos los aparatos del PRI, el PAN y sus
sirvientes en el PRD.
Hay que ver, por consiguiente, qué mella hacen las movilizaciones
populares y estudiantiles que, sustituyendo un aparato inexistente,
luchan por abrir con AMLO el camino a un cambio social y político o por
lo menos por evitar que el desastre actual se mantenga y se agrave. ¿Los
estudiantes contagian
con su acción a los jóvenes más pobres,
sin estudios ni trabajo, tentados por la emigración, la desesperación o
la delincuencia?
¿La propaganda horizontal, boca a oreja, como en los
países árabes, podrá destrozar la losa del cuasimonopolio de los medios
de información por los hacedores de presidentes títeres? ¿Las
movilizaciones irán in crescendo y constituirán una evidente y
permanente encuesta pública que opaque las mentiras interesadas de las
encuestas pagadas para engañar a los votantes? ¿Se podrá evitar el
laxismo proveniente de las ilusiones en el ya ganamos
, en mitad
de la batalla y cuando todavía ésta no ha acabado ni se dará en las
urnas sino, previamente, en la conquista de las mentes de los
trabajadores mexicanos?
Si las manifestaciones contra Peña Nieto continuasen y se
amplificasen, llegando a todo el país, el panorama prelectoral cambiaría
profundamente y habría esperanzas de imponer una brecha para iniciar,
con esas movilizaciones, un cambio social.
Si los estudiantes, intelectuales, trabajadores de todo tipo,
comenzasen a autorganizarse en forma masiva, serían sumergidos y
superados los aparatos del PRI, del PAN y de quienes en el PRD se
dedican a sabotear a AMLO y esperan que éste sea derrotado para tener el
campo libre para el próximo periodo presidencial… si todavía el país
mantuviese su independencia formal. Por eso es indispensable insistir
con las manifestaciones independientes, a la vez para arrastrar a los
indecisos y, sobre todo, para autorganizarse y cambiar la relación de
fuerzas sociales de modo de hacer respetar el veredicto de las urnas.
Permítanme ahora cantar
mi voto. Pondré en la urna la papeleta
de AMLO, pero no porque vote por éste o por su programa pues, aunque lo
respeto, soy su amigo y reconozco su honestidad, creo que su campaña y
sus objetivos pecan de excesiva autolimitación y timidez, y no son
suficientemente incisivos como para llevar a un cambio social; además,
porque pienso que cree sumar fuerzas incorporando gente que en muchos
casos es un lastre y en muchos otros un enemigo apenas disfrazado.
En realidad, sí votaré Morena para: 1) cerrarle el camino a la mafia
de Atlacomulco que, después de esquilmar al estado de México y al mismo
Distrito Federal, con el salinista Carlos Hank González, el amigo del
siniestro del Negro Durazo, se prepara a extender sus
tentáculos a todo el país; 2) lo haré también para evitar que se
refuerce aún más el nexo existente entre el aparato estatal y el
narcotráfico o con la trata de personas (como el góber precioso
de Puebla); 3) votaré para salvar lo que queda de Pemex y de los bienes
comunes y para que no se cierre definitivamente el periodo abierto por
la Revolución mexicana, en el que convivieron elementos del nacionalismo
revolucionario, como el cardenismo, con fuerzas comunitarias y hasta
impulsos socialistas; 4) le daré mi voto a AMLO para que Peña Nieto, el
salvaje represor de los campesinos y vecinos de Atenco, no pueda
ejercitar en escala nacional su prepotencia, su carencia de escrúpulos,
su desdén por los derechos humanos, convirtiéndose en un sirviente
dictatorial de la derecha de Estados Unidos que considera a México un
apéndice semicolonial, que podría incluso ser incorporado al territorio
estadunidense.
Si las movilizaciones populares y juveniles comenzasen a plantear
algunos puntos programáticos y, sobre todo, a aplicarlos directamente
allí donde pudiesen, AMLO, que es receptivo, podría ser empujado hacia
delante. En eso confío y para eso le daré mi voto.
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