ProcesoAnte los efectos del neoliberalismo y la globalización, que constituyen otra forma de colonialismo, se halla en formación una nueva izquierda que ya no dependerá de las élites y los partidos políticos, sino de los movimientos sociales, declara a Proceso el escritor Carlos Montemayor.
Entrevistado en su casa de Coyoacán, el autor de Guerra en el paraíso, rodeado de cientos de libros y pinturas obsequiadas por sus amigos, agrega que en México, donde el neoliberalismo impuesto desde hace 20 años ha causado un enorme empobrecimiento, se advierten signos de la gestación de esa nueva izquierda, que es una “búsqueda social de emancipación”.
Anticipa que cuando estos movimientos sociales se desarrollen y extiendan por diversos países, “estaremos ante una nueva realidad de la izquierda en México y en el mundo”.
Lo que ocurre, puntualiza, es que en la globalización “ninguna ganancia tiene freno, salvo el salario de los trabajadores. La globalización económica es un nuevo colonialismo que está creando un futuro ominoso para la humanidad, provocando un grave retroceso hacia la barbarie política y jurídica.
“Estamos ante el desmantelamiento de los Estados, ante el abandono de los objetivos de bienestar de las sociedades. Y en este neocolonialismo ominoso el poder se concentra cada vez más en los intereses de los grandes consorcios.”
Plantea que así como este poder trasnacional ha sido útil para el surgimiento de grandes radicalismos conservadores, lo será también para las luchas de izquierda “cuando los pueblos busquen liberarse de esta economía asfixiante”.
En su opinión, actualmente no hay ninguna articulación visible de un nuevo gran movimiento social, y manifiesta que los discursos de la izquierda y la derecha en este momento no siempre son claramente distinguibles, e inclusive las élites políticas de ambos signos tienen un acercamiento cada vez mayor, ya que cuentan con espacios más restringidos de acción.
Es por eso que, según Montemayor, “el futuro de una nueva o vieja izquierda no dependerá de élites políticas o de partidos políticos, sino de la sociedad. Deberá esperarse un despertar de la sociedad, un resurgimiento de la fuerza ciudadana, obrera, campesina, estudiantil, magisterial, que obligue a modificar las condiciones por una mayor equidad.
“El empobrecimiento –apunta– es un fenómeno mundial. Las sociedades latinoamericanas pasan por procesos similares, con pérdida de pensiones, empleos, seguridad, salud, agua, energéticos. Así ocurre en Argentina, Perú, Ecuador o México… La élite mundial está imponiendo sus reglas en todos los niveles: en educación, trabajo, atención, economía, en el freno al ingreso de los trabajadores… Todo este proceso deja un margen restringido a los partidos políticos y a los gobiernos, pues no se puede transformar, modificar o reestructurar sin la participación vigorosa de la sociedad entera. Cuando este despertar social aparezca, entonces estaremos ante una nueva izquierda en México y en el mundo.”
A juicio del autor, el movimiento social de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) del año 2006 fue una clara señal de lo que puede ocurrir, pues no sólo rebasó a las fuerzas policiacas y militares, sino también los límites estrechos de los partidos políticos, al extremo de que el PRD oaxaqueño “no tuvo congruencia” ante esa movilización popular y “se sometió de manera poco ética” a los dictados del gobierno.
El movimiento de la APPO en Oaxaca, enfatiza, “es una señal muy importante de lo que puede ocurrir en el mundo cuando una sociedad despierta”.
A propósito del movimiento en defensa del petróleo encabezado por Andrés Manuel López Obrador y apoyado por el Frente Amplio Progresista, Montemayor afirma: “Hay algo extraordinario: El trabajador de Pemex no ha abierto la boca en ningún momento. Es sorprendente el grado de sometimiento y docilidad del gremio petrolero, aunque Pemex no fue resultado de un decreto presidencial, de una orden administrativa…”.
Recuerda que, después de la expropiación petrolera de 1938, México fue sometido a un boicot internacional y no se le vendían repuestos para maquinaria de refinerías, extracción, procesos de elaboración o transporte de hidrocarburos. Tampoco había libertad para que técnicos especializados pudieran colaborar con Pemex. Se impedía la compra de crudo mexicano. “Todo esto se pudo vencer con la participación de obreros, técnicos, estudiantes, el Ejército, periodistas. Fue un proceso social. Ahora el proceso privatizador de Pemex, que empezó hace 20 años, es una decisión de élite”.
Con eso, añade, “la presión política, mediática y tecnológica para la privatización de Pemex –llámesele como se le llame a este proceso de apertura a los capitales privados– deja descubrir que detrás de ese diseño están las propias empresas que fueron expropiadas en 1938. De manera que en menos de un siglo están recuperando lo que perdieron. El movimiento de Andrés Manuel López Obrador y el movimiento ciudadano son otra faz de la oposición popular a este proceso”.
En este contexto, refiere que en el más reciente libro de su autoría, 1938: el petróleo que fue de México, narra los acontecimientos del 3 de enero al 31 de diciembre de 1938, cuando todos los sectores obreros de México, Estados Unidos, Holanda e Inglaterra apoyaron la expropiación.
Hoy en día, ante los propósitos privatizadores oficiales, “falta la participación estudiantil, magisterial, sindical… En algún momento, cuando todo esto aparezca, podremos hablar de una presencia social en la vida pública”, antes de que México se ahogue “en el vaso de agua de los procesos electorales”.
Y es que, para Montemayor, toda refundación social de la izquierda partirá de la realidad social, no sólo de la democracia electoral, “porque si el bienestar es solamente para las élites, la democracia electoral será insuficiente para México. Necesitamos pasar de la democracia electoral a la democracia del bienestar social, y después pasar a una democracia participativa, donde las fuerzas sociales, ciudadanas, pueden intervenir en la toma de decisiones de las cúpulas políticas. Dicho de otra manera, no basta con la democracia que reduce la participación ciudadana al instante en que depositamos el voto en un ánfora; es necesario avanzar también hacia la democracia de bienestar social y de participación ciudadana”.
Manifiesta que la izquierda debe prepararse, reconocer plenamente los mecanismos suprarregionales de regulación económica a los cuales se sometió México desde finales del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado y, “de manera franca y abierta, durante las últimas cuatro administraciones”.
Advierte que “no serán las empresas trasnacionales las que produzcan mayor bienestar al mundo”, y observa que mientras México puede situarse entre las primeras 20 economías del mundo por el volumen de su riqueza, el Índice de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD –que analiza el beneficio y desarrollo reflejado en la salud, el promedio de vida, la educación, la vivienda, la alimentación y el ingreso de los habitantes– coloca a México “en el lugar 54 de los países con mediano desarrollo, y a Cuba en el 55: México sometido a la modernización globalizada, y Cuba sometida a un bloqueo”.
Por el mejoramiento “de esa realidad humana –concluye–, por ese desarrollo real, los movimientos y pensadores de izquierda pueden servir al mundo, a cualquier país”.