viernes, 14 de noviembre de 2008

El PRD en el Apocalipsis de la Izquierda

Jesús Peraza Menéndez

Jesús Ortega, líder de Los Chuchos, aplaude la “justicia” de que es sujeta su corriente política, esa a la que su nombre pretende darle un sentido “renovador”, de “progreso” y “modernidad”: Nueva Izquierda. Son palabras fuertes, pero realmente banales para estos políticos de izquierda que sirven a la derecha. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF, el mismo que legalizó el fraude contra Andrés Manuel López Obrador), da su fallo e indica que es Jesús Ortega el candidato vencedor en los comicios por la presidencia del PRD. El líder corona así una larga carrera administrativa-tecnocrática que comenzó cargándole el portafolios al tristemente célebre Rafael Aguilar Talamantes, reconocido por su función de mandadero de los gobiernos priístas, Ortega lo acompañó en sus tranzas y triquiñuelas para hacerle el juego al PRI-Gobierno, cuando ya habían perdido su utilidad los paleros tradicionales, los partidos Popular Socialista (PPS) y el de la Revolución Mexicana (PARM) que servían para escenificar una competencia electoral realmente inexistente a cambio de algunos privilegios y posiciones menores.
Camuflajazos con disfraz de izquierda -un discurso modernizador que no tiene contenido humano-, apoyaban a la derecha (prinopanista) para el control político, para enfrentar y desplazar a la oposición real, con recursos leguleyos mezclada con la abierta represión que se legitimaba con la arenga de esa “oposición” dócil e incondicional que en nombre de la “patria”, “la paz”, la “convivencia social”, “la amenaza de enemigos externos comunistas”, los inexplicables “interese supremos de la nación”, ayudan a la derecha a dispersar la oposición social y de izquierda –casi siempre dividida en corrientes irreconciliables- maniobrando con recursos jurídicos, dádivas y con la fuerza represiva contra luchas campesinas, contra los damnificados de los terremotos de 1985, contra luchas estudiantiles (1968-1971), para someter a colonos y vecinos, transando las iniciativas populares para ganar posiciones por la “vía electoral” legitimando los fraudes.
El PST de Jesús Ortega funcionaba como un tentáculo del PRI-gobierno destinado al control y la imposición con “matices de legitimidad”. Confundían y ayudaban a la represión, desarrollaban una tarea “clientelar”, los “Aguilar Talamantes” recibían del gobierno de los grupos fáticos ciertas concesiones de vivienda, tierra, o privilegios para direcciones charras de sindicatos, para los porros del Politécnico con el objeto de mediatizar las demandas de la oposición y desmovilizarla dividiéndola. No siempre lo lograban pero les funcionaba la fórmula cuando la organización de los movimientos tenían escasa conciencia política, no podían ver la transformación posible y se reducían a la demanda económica corporativa, no faltan nunca los traidores, esos que resignan y se conforman con la inmediatez mediocre del logro mínimo: lo que sea con el menor esfuerzo. Ortega es un experto en esta área, sabe captar esta debilidad humana, se beneficia y los “beneficia”, se vuelven cínicos e incondicionales por unas migajas constantes y sonantes. Claro que ni Ortega ni su corriente desean transformaciones que afecten su “modus vivendus”, son marchantes voraces de ganancias pírricas que han logrado conquistar el aparato del PRD, han expulsado al movimiento social y se disponen a usar el membrete a favor del PRI neoliberal.
Jesús Ortega repitió su tarea de incondicional con Cuauthémoc Cárdenas, en la campaña de 1988, junto con Graco Ramírez participaron en la fundación del Partido Mexicano Socialista y desde esta posición se sumaron a la campaña de Cuauthémoc Cárdenas. Ortega, como siempre, consiguió acercarse al líder para ser su incondicional y, este “incondicional”, no es un calificativo, un simple adjetivo, es un término que en Jesús Ortega alcanza su contenido, su magnitud, la palabra toma todo su sentido: como el sujeto que se vuelve objeto de la voluntad de otro sin la más elemental crítica. Esta es la escuela del viejo PRI, que premiaba a sus incondicionales, es la negación de su conciencia y voluntad para ser instrumento fiel del líder supremo mientras dure, luego buscará otro benefactor e incluso denunciará al anterior para ganar presencia.
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