viernes, 27 de agosto de 2010

El PRI al ataque, el PRD en repliegue

Pablo Gómez

No fue poca cosa lo que hizo el PRI en 2006. Ante la mínima diferencia posible en una elección presidencial —medio punto porcentual—, el partido campeón mundial en fraudes electorales del siglo XX rehusó apoyar la exigencia del recuento de todas las casillas y recibió con los brazos abiertos al proclamado candidato ganador. Esto se debió a que el otrora partidazo estaba en tercer lugar en las cifras oficiales y una parte de sí mismo había votado por Calderón para tratar de evitar, de tal forma, el triunfo de la izquierda y el arribo de López Obrador: las derechas no suelen equivocarse en estas materias. Durante los siguientes tres años, la oposición priista fue de terciopelo. Casi todos los deseos del Ejecutivo panista fueron concedidos, incluyendo el maldito aumento de impuestos cuando la gente la pasaba peor. ¿Por qué?

La respuesta es sencilla. No existe una diferencia sustancial entre el PRI y el PAN. Son ahora como dos partidos en convergencia histórica. Durante décadas el PAN fue la oposición leal, aunque entonces tenía mayores argumentos para combatir al régimen político jamás rompió con el gobierno ni nada por el estilo. En 1988 llegó al ridículo cuando denunció el fraude electoral del PRI y, al mismo tiempo, declaró que su candidato no había ganado, pero se negó a indicar quien era el triunfador de la contienda, porque ése era de izquierda, mil veces peor para los panistas que cualquier priista y más todavía cuando Salinas era de clara tendencia neoliberal. Así empezó lo del triunfo moral del PAN hasta llegar al 2006 en que el PRI ya no quería queso sino evitar la ratonera.
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