MÉXICO, DF, 4 de febrero (apro).- “Los mexicanos están cansados de estos circos mediáticos; fue una ofensa a la institución presidencial; una falta de respeto a los propios legisladores”... y así proseguía la lista de reclamos, y todo por una manta desplegada por legisladores petistas en la que aludían a un presunto alcoholismo de Felipe Calderón.
El mensaje desató la furia del panismo en contra de los irreverentes, groseros y rebeldes diputados. Los aliados del poder salieron en defensa de quien los puso en una curul.
Cierto es que nadie justifica la ofensa como método en los debates políticos y legislativos pero, aceptando que el calificativo de “borracho” sea una ofensa --en todo caso, ello no evidencia más que ignorancia de lo que implica la enfermedad del alcoholismo--, el epíteto puede pasar a segundo término si hacemos una lista de los verdaderos agravios que muchos mexicanos han padecido desde el 1 de diciembre de 2006.
El malestar por la “manta de la discordia” en San Lázaro no tiene siquiera comparación con la burla de Calderón hacia numerosos casos, entre ellos el de las madres de los jóvenes de Salválcar en Ciudad Juárez, Chihuahua.
A un año de aquella brutal ejecución, las madres no tienen siquiera la autopsia de sus hijos asesinados. Y la burla es que en lugar dar respuesta a las demandas de las madres, Calderón les construyó “una cancha”. ¿No es acaso eso una verdadera ofensa?
Y la muerte de 49 niños en Hermosillo, Sonora, en una guardería subrogada por el gobierno federal, en donde lentamente, por falta de aire o por quemaduras, se les apagó la vida. ¿Tampoco ese hecho indigna?
Desde que se produjo la tragedia, no recuerdo a un solo diputado federal del PAN que haya levantado la voz en contra del gobierno federal que encabeza Felipe Calderón, en primer lugar por su permisividad y la evidente corrupción para que se careciera de mínimas medidas de protección civil, acciones que pudieron evitar las muertes de decenas de los pequeños.
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El mensaje desató la furia del panismo en contra de los irreverentes, groseros y rebeldes diputados. Los aliados del poder salieron en defensa de quien los puso en una curul.
Cierto es que nadie justifica la ofensa como método en los debates políticos y legislativos pero, aceptando que el calificativo de “borracho” sea una ofensa --en todo caso, ello no evidencia más que ignorancia de lo que implica la enfermedad del alcoholismo--, el epíteto puede pasar a segundo término si hacemos una lista de los verdaderos agravios que muchos mexicanos han padecido desde el 1 de diciembre de 2006.
El malestar por la “manta de la discordia” en San Lázaro no tiene siquiera comparación con la burla de Calderón hacia numerosos casos, entre ellos el de las madres de los jóvenes de Salválcar en Ciudad Juárez, Chihuahua.
A un año de aquella brutal ejecución, las madres no tienen siquiera la autopsia de sus hijos asesinados. Y la burla es que en lugar dar respuesta a las demandas de las madres, Calderón les construyó “una cancha”. ¿No es acaso eso una verdadera ofensa?
Y la muerte de 49 niños en Hermosillo, Sonora, en una guardería subrogada por el gobierno federal, en donde lentamente, por falta de aire o por quemaduras, se les apagó la vida. ¿Tampoco ese hecho indigna?
Desde que se produjo la tragedia, no recuerdo a un solo diputado federal del PAN que haya levantado la voz en contra del gobierno federal que encabeza Felipe Calderón, en primer lugar por su permisividad y la evidente corrupción para que se careciera de mínimas medidas de protección civil, acciones que pudieron evitar las muertes de decenas de los pequeños.