Javier Flores
Es muy interesante
observar los efectos de la discusión que en fechas recientes ha tenido
lugar en algunos medios de comunicación en torno a las encuestas
electorales. En primer lugar se ha eliminado la pretensión de convertir
las elecciones presidenciales del primero de julio en una competencia
sólo entre dos contendientes: el candidato del Partido Revolucionario
Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, y Josefina Vázquez Mota, del
Partido Acción Nacional (PAN). Ahora se trata de una competencia en la
que hay tres candidatos, pues hasta ahora no se ha alcanzado el objetivo
de arrojar a un lejano tercer sitio a Andrés Manuel López Obrador
(AMLO), candidato de las izquierdas. Se puede argumentar, sin embargo,
que no será una elección entre dos, pero tampoco entre tres, pues la
ventaja del ex gobernador del estado de México es tal, de acuerdo con
esos sondeos, que en todo caso se trataría de esperar simplemente la
ratificación en las urnas de un solo aspirante a ocupar la silla
presidencial. ¿Cómo explicar estos cambios?
Primero, porque las casas encuestadoras se encuentran ya bajo el
escrutinio de la sociedad y lo saben. En segundo término, porque los
intelectuales y científicos sociales que basan sus análisis en esos
sondeos saben también que no pueden poner en riesgo su prestigio
profesional y su reputación, apoyándose simplemente en esas empresas.
Todo lo anterior, por supuesto, dicho en términos generales, pues hay
que reconocer que también existe el cinismo.
Pero esos cambios son aparentes. En los sondeos a los que me refiero,
Josefina Vázquez Mota (JVM) es ya víctima del chantaje de las
encuestas. Ahora sólo la utilizan como objeto. Un muro de contención
para el tercer candidato. A pesar de que todos los analistas coinciden
en que la campaña de la abanderada del blanquiazul es un
desastre, ahora baja, mañana sube, todo para mantener alejada la amenaza
que representa la izquierda y para dejar libre el camino a Peña Nieto.
Dentro de la lógica de estas encuestas, podría ser mortal para el
candidato del PRI que AMLO se despegara tempranamente al segundo sitio,
pues entonces se revertiría la estrategia original de inducción del voto
(o voto útil) a favor del candidato de las izquierdas. O sea, eso no va
a pasar. Conviene mantener a Josefina en el segundo puesto, así sea a
trompicones.
A menos que ocurra un milagro, como expresó el ex presidente Vicente
Fox. Algo que es muy poco probable, pues, para que sucediera, JVM
tendría que pronunciarse, por ejemplo, contra la estrategia del
licenciado Felipe Calderón y renegar de la guerra contra el
narcotráfico que ha costado más de 60 mil vidas, lo que la colocaría en
una posición incluso más vulnerable de la que tuvo en su momento Luis
Donaldo Colosio. O sea, eso tampoco va a pasar. Entonces la pregunta
sería: ¿cómo van a lograr las empresas de encuestas y los analistas
asociados a ellas mantener en la segunda posición a JVM? La respuesta es
muy simple: como sea.
Digo lo anterior porque todo lo que tiene que ver con estas
encuestas es ya una burla, francamente mueve a risa… Pero francamente yo
no quería hablar de esto, que, acepto, puede quedar en un nivel
puramente especulativo (aunque por alguna razón no pude detenerme), sino
de otra cosa relacionada con lo anterior. Acabo de leer el trabajo ya
clásico de Robert K. Goidel y Todd G. Shield publicado en 1994 en The Journal of Politics,
en el que estos autores muestran, mediante el empleo de herramientas
estadísticas y matemáticas, cómo la conducta electoral de los votantes
puede ser influenciada tanto por la exposición a los medios como por la
presencia de expectativas electorales.
El efecto bandwagon (de arrastre, o subirse al carro)
consiste en que los sujetos se suman a lo que hacen o creen la mayoría
de las personas. Si bien la certeza o infalibilidad de esta conducta
puede ser objeto de mucha discusión, lo cierto es que esta estrategia es
empleada comúnmente por los publicistas para inducir la compra de
productos o para promover a algún cantante. El razonamiento para el caso
de las modas es el siguiente: si la mayoría de la gente lo tiene, yo
también lo debo tener.
Goidel y Shield encuentran un efecto semejante por la difusión de las
encuestas en los procesos electorales que analizan. Esto es
particularmente cierto, afirman, en el caso de los independientes que no
tienen el filtro perceptivo del partidismo, pero también lo es en el
caso de los pertenecientes a los partidos. Lo anterior puede facilitar
el arribo a puestos de quienes son percibidos como los ganadores. Aunque
no lo discuten, las conclusiones de estos autores parten de la
suposición de que las encuestas están razonablemente bien hechas. Algo
que en el caso mexicano, en mi opinión, es muy dudoso.
Como quiera que sea, la contratación de las encuestas electorales en
nuestro país, cuyos resultados son primero divulgados y luego
amplificados por algunos analistas, tienen la intención deliberada de
provocar ese efecto de arrastre. Estos sondeos representan tan sólo una
de los frentes que muestran el nivel tan pobre que tiene nuestra
incipiente democracia en este año de elecciones.
Olvidaba decir que el efecto bandwagon se ha trasladado ya al subconjunto de las encuestas. El razonamiento es el siguiente:
Ver mas si la mayoría de las encuestas dice tal cosa, entonces debe de ser cierto… En lugar de subirme a ese carro, prefiero defender mi derecho a dudar.
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