Fuente Fuentes Fidedignas
29 de agosto de 2012
Gracias a Roberto González Barrera, y al apoyo que recibió de Carlos y Raúl Salinas de Gortari durante el sexenio 1988-1994, prácticamente desaparecieron las tortillerías en México. Los subsidios gubernamentales negados a los campesinos pero otorgados como créditos blandos a Gruma (Grupo Maseca) engendraron el monopolio de la harina de maíz y la quiebra de miles de pequeñas fábricas artesanales que proveían de “cucharas de albañil” a los pobres de los barrios populares y a los no tanto de las clases medias.
Las deliciosas tortillas de masa de nixtamal, hechas a mano y cocidas a fuego lento desde que, recién torteadas, eran depositadas crudas sobre una ancha tela de alambre, que girando como una banda sinfín las llevaba a pasear sobre el calor del fuego lento y, ya cocidas, las dejaba caer al fondo de una canasta básica, no forman parte hoy en día de los recuerdos de los niños que nacieron con el salinato.
Dueño del peluquín más ridículo del que se tenga memoria, González Barrera no sólo acabó con las tortillerias de barrio y los molinos de nixtamal –esos lugares donde el maíz y la cal se mezclaban para crear una rica fórmula alimenticia que por siglos dotó de hermosos y saludables dientes a millones de campesinos– sino que además condenó a servir remedos de tacos, de sabor incierto y textura repugnante, a casi todos los restaurantes de comida mexicana que hay en América Latina, Europa y Asia.
Alabado ahora –en la hora de su muerte– como un empresario “innovador”, don Maseco en realidad fue parcialmente un destructor de las culturas basadas en el consumo tradicional del maíz. En 1996 conocí en París a dos mexicanos que habían explorado todas las vías a su alcance para montar un restaurante de comida yucateca. A pesar de su tenacidad, no les había quedado más remedio que desistir porque les resultó imposible conseguir tortillas que no provinieran del imperio de don Maseco.
La oferta más atractiva que hallaron fue la de un importador, avencindado en Londres, que les cotizó a bajo precio… tortillas de Maseca enlatadas en California para la cadena Taco Bell. ¡Guácala!, dijeron. Al otro lado del mundo, sobre la banda oriental del río de La Plata, otro mexicano, conocido como don Huascar, acudió una noche de agosto de 2010 a cenar a la casa de Eduardo y Helena en Montevideo (en estos momentos, lo digo con tristeza, Eduardo está hospitalizado en aquella ciudad y sus amigos le deseamos lo mejor de lo mejor y que pueda celebrar su cumpleaños, el próximo sábado, fuera de peligro).
Terminada la cena, don Huascar me ofreció un aventón a mi hotel y por el camino me contó su vida. Fue, durante una década y media, me dijo, funcionario de una sucursal de la ONU en Montevideo. Cuando lo corrieron, discutió con su mujer, uruguaya a todo esto, si era conveniente para ellos y sus dos hijos, uruguayos también, mudarse a México. Decidieron que no. Con el producto de sus ahorros, él vino a nuestro país y compró una tortilladora que era toda una carcacha.
Sin reparar en las burlas y los consejos de quienes le auguraban el fracaso, llevó la máquina a Montevideo, la reparó, la echó a andar y al mismo tiempo sembró maíz mexicano y distintas variedades de chile, con todo lo cual, y un buen recetario, inauguró el María Bonita, un excelente restaurante que ofrece tortillas y guacamole de probada y comprobada autenticidad. Hoy cuenta con una clientela estable y cautiva y sólo trabaja de martes a sábados, de seis de la tarde a 11 de la noche.
Moraleja: don Huáscar triunfó porque se sobrepuso a la nefasta influencia global de don Maseco, pero éste siguió expandiéndose porque con el respaldo de Salinas, y más tarde de Ernesto Zedillo –que liquidó la Conasupo y la política de precios de garantía que protegía a los campesinos de los intermediarios hambreadores– acaparó un buen porcentaje de la producción maicera y contribuyó, indirectamente, a fortalecer la migración hacia Estados Unidos, el despoblamiento del medio rural y la reconversión de áreas de cultivo en zonas controladas económica y políticamente por el narcotráfico.
En la cumbre de la prosperidad, se adueñó en 1992 de Banorte, que era el banco número 18 en importancia en México, pero tras la venta de las intituciones nacionales de crédito a los agiotistas españoles, logró convertirlo en el banco de capital mexicano más fuerte del país y después fusionarlo con Ixe.
Priísta de toda la vida, aunque estaba ya en las últimas y era dueño de una fortuna estimada por Forbes en mil 900 millones de dólares, participó en las operaciones de lavado de dinero y compra de votos a favor de Enrique Peña Nieto por medio de Ixe, uno de los bancos señalados por los partidos de la coalición Movimiento Progresista que entregó millones de tarjetas prepagadas al menos a cinco millones de electores a través de la estructura electoral del PRI.
La huella de la depredación que don Maseco deja en la cultura y en la agricultura será por desgracia imborrable. ¿Les interesaría incorporarse al colectivo Desfiladero132, que se propone desarrollar actividades artísticas de alto impacto contra la imposición de Peña Nieto? Pues no lo piensen dos veces y síganme en Twitter, donde hoy también estaré en la cuenta @Desfiladero132, para que puedan mandarme un DM y acordar una reunión cara a cara, en la ciudad de México, dentro de unos días.
Jaime Aviléshttp://radioamlo.org/noticias-destacadas/desfiladerito-de-jaime-aviles-la-negra-historia-de-don-maseco/
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