Desde su cargo en el SNTE vio pasar y se
relacionó, de distintas maneras, con los presidentes Carlos Salinas de
Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, y con 11
secretarios de Educación Pública.
Arturo Cano
Publicado: 27/02/2013 06:18
Publicado: 27/02/2013 06:18
México, DF. “Llegué y entré por la cocina”, decía Elba
Esther Gordillo cuando hablaba de su arribo a la secretaría general
del sindicato magisterial, por órdenes de Carlos Salinas de Gortari,
de la mano de Manuel Camacho y al precio de reventar a su
jefe Carlos Jonguitud.
A pesar de su accidentado arribo, el lugar le gustó. Desde su
cargo, vio salir a Salinas del poder; se arregló con Ernesto
Zedillo, aunque se malquerían; vivió encendidos romances políticos
con Vicente Fox y Felipe Calderón, y se entendió –al menos eso
parecía– con el presidente que trajo de regreso al PRI.
“Estoy donde quería estar”, dice Elba Esther en 1989, recién
estrenada en el cargo, mientras jura que no buscará emular a su
mentor y pareja; que ella habrá de irse a tiempo; que los 17 años
de Jonguitud en el poder fueron demasiados. Ella no sería vitalicia.
–¿Y después, qué va a hacer? –se le preguntaba.
-Después… sueño con hacer cosas para Elba.
Pero en lugar de “hacer cosas para Elba” –le encanta
referirse a sí misma como si hablase de otra persona–, Gordillo
mira desfilar a 11 secretarios de Educación desde el palco de honor
del poder. Con unos se confronta abierta y veladamente, con otros va
del amor al odio y a algunos más simplemente les da órdenes.
Mientras asiste al desfile, la profesora Gordillo se percata de
que su sindicato (“la niña de mis ojos”, le dice) es demasiado
chico para sus sueños.
Primero amarra el control del Sindicato Nacional de Trabajadores
de la Educación (SNTE). Se va sin irse, y vuelve cuando quiere,
hasta que se hace inventar el cargo de “presidenta y se hace elegir
por el tiempo que sea necesario”.
Otro tren corre en paralelo: Elba Esther Gordillo hace favores,
financia carreras, se dedica –pese a sus épocas de precaria salud–
a hacer “política a lo grande”. Hacia el final del sexenio de
Zedillo apoya con una mano al candidato de su partido, Francisco
Labastida, y con la otra ayuda a Vicente Fox.
En el sexenio de la alternancia, la profesora Gordillo se vuelve
íntima de la pareja presidencial –su amigo Jorge G. Castañeda se
encarga del acercamiento– y consolida su poder: no es más la
dirigente del SNTE, sino la cabeza de un consorcio
político-empresarial que reparte importantes cargos públicos, que
coloca piezas en todos los partidos, que suma gobernadores a su
causa.
Así, se convierte en líder del grupo del PRI en la Cámara de
Diputados y le garantiza a Fox la aprobación en paquete de las ya
entonces llamadas “reformas estructurales”.
El cálculo político de Roberto Madrazo lo lleva a oponerse a las
reformas que Fox y su segunda han pactado. Elba Esther es destituida
cuando la mayoría de los diputados priístas rechazan gravar con el
IVA alimentos y medicinas (“qué bueno que quienes no querían las
reformas ahora sí las quieren”, decía hace unas semanas un
cercano colaborador de la dirigente).
“Piense usted en lo que va a decir su epitafio”, se despide de
Emilio Chuayffet, quien ha de sustituirla.
“Ignorante”, le dice el SNTE a Chuayffet apenas hace unos
días, en la vuelta de tuerca de los mismos personajes.
Sigue lo sabido. Elba Esther lanza una campaña contra Roberto
Madrazo: la famosa fórmula “¿Tú le crees a Madrazo?” Yo
tampoco, que va mucho más allá de la publicidad. En 2005, el
enfrentamiento llega a las ondas de la radio: “Eres como una
serpiente, que falsea, seduce y enamora con los ojos”, le dice la
maestra a Madrazo en un programa en vivo.
Un año más tarde, la maestra coquetea con Andrés Manuel López
Obrador, quien la rechaza, y termina pactando con Felipe Calderón,
gracias a lo cual obtiene para los suyos importantes cargos en la
administración federal.
Para no ir más lejos, su yerno, Fernando González Sánchez, es
colocado al frente de la Subsecretaría de Educación Básica, puesto
clave del sector.
Del vocho a la opulencia
No es la primera vez que Gordillo pisa los terrenos de la
justicia. En diciembre de 1967 va a dar a la estación policiaca de
las calles de Topacio, involucrada en un accidente en el que muere un
trabajador de las obras del Metro. Del penoso incidente es rescatada
por su paisano Edgar Robledo Santiago. Años más tarde, ella paga el
favor: le consigue una plaza al joven Eduardo Robledo, a la postre
gobernador de Chiapas y luego dueño de una empresa consultora que
consigue contratos gracias a la profesora
Elba Esther Gordillo es, a principios de los años setenta, una
modesta profesora de banquillo en Ciudad Nezahualcóyotl. Maneja un
vocho que debe vender por apuros económicos. De Neza
se muda a la colonia Ex Hipódromo de Peralvillo. “Un departamento
modesto, con los focos pelones”, recordaba el profesor Armando
Vázquez, quien la conoce en esos años.
Su suerte comienza a cambiar cuando, montada en su carrito y
acompañada de una amiga, intercepta a Carlos Jonguitud y él las
invita a un bar. El potosino todavía no es el todopoderoso “profesor
y licenciado”, pero está a punto de serlo.
A partir de entonces, Gordillo escala todos los cargos posibles en
el sindicato y el partido (PRI), pero su mentor nunca la deja llegar
al máximo cargo sindical. “A las mujeres, ni todo el amor ni todo
el poder”, suele decir Jonguitud.
Apenas pasado el quinazo, en 1989, Carlos Salinas decide
deshacerse de Jonguitud. Se barajan nombres para sustituirlo. Elba
Esther cuenta con el respaldo de Manuel Camacho y con la venia de
Luis Donaldo Colosio.
Durante unos tres años, alimenta el espejismo de que ha llegado
al SNTE para democratizarlo y terminar con la era de los dirigentes
vitalicios. Pero una vez afianzado su poder, la pluralidad y el
respeto a la disidencia pasan a mejor vida.
Desde entonces, una y otra vez, diversos grupos –muchas veces
echados a andar desde el poder presidencial, como bajo Zedillo–
intentan sacarla del SNTE. A todos y cada uno los va derrotando en
distintos frentes.
Apenas en octubre pasado, Gordillo refrenda su indiscutible
liderazgo en el SNTE. Por vez primera desde que arribó al poder, en
el congreso del sindicato no hubo un representante del gobierno
federal.
Una imagen dibuja lo sucedido en la Riviera Maya: sentados en un
rincón, Rafael Ochoa, José Luis Andrade Ibarra y otros ex
secretarios generales del sindicato se miraban entre sí, solos y
abandonados, mientras la fila para tomarse la foto con la maestra
avanzaba pesadamente.
A Jonguitud lo encumbró Luis Echeverría y lo tumbó Carlos
Salinas, quien encumbró a Elba Esther para que la derribara Enrique
Peña Nieto. El nuevo PRI ajusta cuentas a la manera del viejo PRI.
Poco antes de las elecciones de 2012 –y pese al fin de su
alianza electoral–, la cúpula del SNTE recibe a Peña Nieto, quien
ofrece a los profesores un nuevo modelo educativo que “no puede ser
ajeno a ustedes, tiene que ser con ustedes”. Pero sin su líder, le
falta decir.
De la cocina al escusado
En años recientes la profesora opta por las entrevistas a modo.
Pero muchas veces le gana su inveterada imprudencia y sus asesores se
dan de topes cuando la oyen desbocarse. La última entrevista, a la
conductora Adela Micha, no es la excepción. Reparte culpas, hace la
lista de sus enemigos y no logra fijar una postura coherente acerca
de la reforma educativa. Eso sí, ofrece: “El sindicato es el
sindicato y si hacer valer el peso del sindicato hace que me
atropellen a mí, que lo represento, adelante, es lo que me toca”.
¿Sabía Elba Esther que se acercaba su fin? No si nos atenemos a
las expresiones de su último comunicado, en el cual calificó de
“ignorante” a Chuayffet.
Sí, si se piensa en que ya no habla de la “cocina” para
referirse a su llegada al máximo cargo del SNTE: “Llegué por el
escusado”, dice ahora.
La noche de la caída de Elba Esther es de rumores, versiones
encontradas y hechos inexplicables. Se anuncia y suspende una
conferencia de la Secretaría de Gobernación; Miguel Ángel Osorio
Chong cabildea con los gobernadores; el SNTE sostiene la reunión de
su consejo nacional, programada para hoy miércoles.
Uno de sus cercanos alcanza a enviar este mensaje: “No la
detienen por hacer justicia, sino por intentar frenar una reforma”.
Tal vez, pero, en su ocaso, ¿quién le va a creer a Elba Esther?
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