martes, 12 de mayo de 2009

Ahumada o La viuda negra

Ricardo Monreal Ávila

En la película La viuda negra de Arturo Ripstein, Matea (Isela Vega) ama de llaves de una casa parroquial seduce al cura Feliciano, en un pequeño pueblo que vive de la intriga, los chismes y los secretos de sus habitantes.

El médico de la comunidad intenta conquistar a Matea, pero fracasa y procede a difamarla, haciendo creer que ella mantiene relaciones con el cura. El pueblo compra el infundio y exige al cura que la despida; él se niega y se encierra con Matea. Se presenta entonces el fenómeno de la “profecía autocumplida” (un vaticinio que de tanto propagarse se convierte en realidad). Durante el encierro, Matea y Feliciano viven un apasionado romance. Entonces el cura muere de una especie de locura, ante la indiferencia del pueblo.

Sin la protección del párroco, Matea parecía tener sus días contados. Pero entonces trasciende algo que cambia radicalmente su situación de desprecio y rechazo colectivo: durante el encierro, el cura confesó a Matea todos y cada uno de los pecados cometidos por los notables del pueblo.

Matea busca entonces vengarse de la hipocresía y doble moral de sus vecinos y se convierte en una especie de sacerdotisa. Desde el púlpito desnuda a la ninfómana que pide recato, al adúltero que proclama fidelidad, al pederasta que demanda respeto, al explotador que exige justicia. Al final de la película, uno a uno de los notables aludidos empieza a abandonar el templo, desmarcándose de cualquier trato con la “viuda negra”, minimizando sus denuncias, riéndose de sus “grotescas” acusaciones, acusándola de locura y cuestionando su calidad moral. “Mira quien nos dice golfas”, comenta Enedina a Aurora. El desenmascaramiento del pueblo había sido de tal magnitud que nadie terminó reconociéndose en el espejo negro de la sacerdotisa…, y todo siguió igual.
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