martes, 7 de julio de 2009

La dimisión de Calderón

Indice Político
Francisco Rodríguez

El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
Winston Churchill

SIN QUE ESTUVIESE programado, la noche del domingo Felipe Calderón volvió a encadenar a la radio y a la televisión y, tras conocerse las primeras tendencias electorales —todas adversas al PAN—, irrumpió en las ondas hertzianas para, en un Mensaje a la Nación responsabilizar a los priístas triunfadores de la conducción futura de la Nación. Dimitió entonces, tácita e irrevocablemente.
Tal reacción es sorpresiva.
Dados sus antecedentes –“mecha corta” visceral, poco reflexivo, beligerante— cualquiera podría haber imaginado que su respuesta ante el mayoritario rechazo popular a su gestión bien podría haber sido virulenta.
Pero no fue así.
Al menos declarativamente, optó por mejor escurrir el bulto y, ahora sí, tras enfrentar a los herederos de Plutarco Elías Calles, demandó de ellos “buscar las coincidencias…privilegiar lo mucho que nos une… alcanzar los acuerdos que reclama el país para recuperar, cuanto antes, el crecimiento económico, la generación de empleos y la seguridad pública”.
Pero más que conciliador, Calderón sonó autoritario, para no variar.
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