martes, 3 de noviembre de 2009

México secuestrado

El enojo de Felipe Calderón contra los dueños del dinero duró poco, muy poco tiempo. Menos del que éstos requirieron para contestarle, con esa desdeñosa rudeza que los poderosos suelen utilizar para reprender a los lacayos insolentes.

Un día duró la indignación del panista. Incluso menos: apenas unas cuantas horas. ¿Qué ocurrió? Quizá fueron los vapores etílicos, probablemente su conciencia, pero lo cierto es que en Puerto Vallarta pareció poseído por el espíritu y el discurso de Andrés Manuel López Obrador. Cuando algunos medios de comunicación se lo hicieron ver, seguido de las censuras públicas y privadas de los grandes capitalistas, Calderón reculó, espantado.
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