He hablado de las matanzas como consecuencias, pero el mal emerge desde muy dentro. Aun debajo de las maltrechas estructuras en que apenas se sostiene este país.
He dicho hasta la saciedad que las reformas dizque estructurales que se han propuesto e implementado en los años recientes no sólo han sido insuficientes. Además han contribuido —por su propio fracaso— a un agravamiento de una especie de depresión colectiva en donde la sensación cada vez mas compartida es que ya no podemos estar peor y que México no tiene remedio.
Pero también he insistido en que todavía es posible construir un futuro prometedor siempre y cuando nos entreguemos cuanto antes a tres grandes tareas largamente postergadas: una auténtica y profunda Reforma del Estado, una revisión y Reorientación del Modelo Económico y una verdadera Revolución Educativa.
La primera porque urge replantear el pacto federal y entre poderes, así como una remunicipalización que evite asimetrías ofensivas y el riesgo de balcanización social. La segunda porque 20 años de neoliberalismo ya rancio y a ultranza ya no dan para más; no es un asunto de conmiseración —“pobrecitos los pobres”—, sino de mercado; a nadie le conviene que haya cada vez más, porque luego quién compra. Y la tercera, porque sólo haciendo la gran apuesta presupuestaria por una educación total, podemos cambiar el destino como lo han hecho países del sudeste asiático con la milésima parte de nuestros recursos y la dosmilésima parte de nuestro territorio. Singapur y Corea no me dejarán mentir.
En sentido contrario, estamos anclados en un pasado reciente pero ya viejo y en un presente violento, incierto y siempre al borde de un estallido social generalizado. Hemos hipotecado el futuro con la deuda externa y la aberración del Fobaproa. Y, según los organismos internacionales, somos un país cada vez más pobre, más desigual, más inseguro, más enfrentado y más corrupto.
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He dicho hasta la saciedad que las reformas dizque estructurales que se han propuesto e implementado en los años recientes no sólo han sido insuficientes. Además han contribuido —por su propio fracaso— a un agravamiento de una especie de depresión colectiva en donde la sensación cada vez mas compartida es que ya no podemos estar peor y que México no tiene remedio.
Pero también he insistido en que todavía es posible construir un futuro prometedor siempre y cuando nos entreguemos cuanto antes a tres grandes tareas largamente postergadas: una auténtica y profunda Reforma del Estado, una revisión y Reorientación del Modelo Económico y una verdadera Revolución Educativa.
La primera porque urge replantear el pacto federal y entre poderes, así como una remunicipalización que evite asimetrías ofensivas y el riesgo de balcanización social. La segunda porque 20 años de neoliberalismo ya rancio y a ultranza ya no dan para más; no es un asunto de conmiseración —“pobrecitos los pobres”—, sino de mercado; a nadie le conviene que haya cada vez más, porque luego quién compra. Y la tercera, porque sólo haciendo la gran apuesta presupuestaria por una educación total, podemos cambiar el destino como lo han hecho países del sudeste asiático con la milésima parte de nuestros recursos y la dosmilésima parte de nuestro territorio. Singapur y Corea no me dejarán mentir.
En sentido contrario, estamos anclados en un pasado reciente pero ya viejo y en un presente violento, incierto y siempre al borde de un estallido social generalizado. Hemos hipotecado el futuro con la deuda externa y la aberración del Fobaproa. Y, según los organismos internacionales, somos un país cada vez más pobre, más desigual, más inseguro, más enfrentado y más corrupto.