Tu voz se apaga en el horizonte y tus gritos se quedan sin eco. No importa a quien mires si no te regresan la mirada, no importa cuanto hables si no hay quien reciba tus palabras.
Calles aparentemente abandonadas, gente que viene y va, automóviles que pasan y nadie te dice nada: ni una sola palabra de apoyo, caray... ya ni siquiera te otorgan su rechazo. Es cierto entonces: la indiferencia es lo que mata.
Que no sea tarde mañana, ni para tí, ni para mí, ni para nadie. Que no sea tarde mañana, antes bien que tengamos un mañana y que nuestro esfuerzo llegue a alguien, que no se quede en la nada...