Víctor Flores Olea
En artículo anterior
sostuvimos que para Andrés Manuel López Obrador (AMLO) resultan
centrales las cualidades éticas del político y del gobernante, quienes
además han de poner en práctica una visión crítica de la realidad. López
Obrador ha llevado su campaña dentro de estos criterios, por ello
resulta un candidato excepcional frente a los otros que lo flanquean.
En contraste, la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto (EPN) se
sitúa en las antípodas de los criterios éticos y del pensamiento
crítico, fundamentales en un político moderno de calidad. Y es que su
visión del país se sitúa en la perspectiva de los intereses oligopólicos
y oligárquicos de México. Está archiprobado que el candidato priísta,
por sus palabras y actitudes, no sólo ignora las tendencias destructivas
de los últimos gobiernos del PRI, y desde luego de los más recientes
del PAN, sino que además no le ha interesado considerar las exigencias
reales y las esperanzas de la mayor parte de la población, aferrado como
está a las perspectivas e intereses de los que más tienen.
En este candidato por ningún lado encontramos los reflejos de una
genuina elaboración ética, y menos rastro alguno del pensamiento
crítico. Su campaña está colmada de oportunismo, cinismo y negación de
los principios por los que ha luchado el pueblo de México. Con el
agravante de fundar sus campañas en los acarreos y en los controles
corporativos característicos del PRI de siempre. Todavía más: Enrique
Peña Nieto ha mostrado su sólido partidarismo en favor del statu quo,
que no se modifique un ápice el estado actual de los intereses y de la
sociedad de la explotación que vivimos, sino que continuemos con lo ya
conocido, como si fuera el mejor de los mundos. Este es el carácter
profundamente conservador de EPN, a diferencia de AMLO, que ha planteado
el cambio como eje y fundamento de su campaña política.
Lo más grave es que Peña Nieto no percibe, o no quiere percibir, que
el control económico y las políticas aplicadas en los últimos sexenios
por los gobiernos de PRI y PAN han
erosionadogravemente al país, empobrecido a las grandes mayorías y enriquecido desmesuradamente a los más ricos, negando además las posibilidades de un desarrollo nacional en beneficio de todos. Como ejemplo tenemos la reacción de los candidatos de PRI y PAN ante la expropiación del gobierno argentino de los activos de la petrolera española Repsol, que los exhiben como fieles herederos del colonialismo.
Peña Nieto defendió de inmediato a los inversionistas privados, lo
cual revela, una vez más, que para él la única posibilidad del
desarrollo se encuentra en esas inversiones, reiterando su fidelidad al
neoliberalismo, obsoleto y superado por los problemas mundiales, que
obviamente no conoce ni tiene interés en conocer. Otra vez la vocación a
la ignorancia aflora en este candidato del PRI sin lecturas y dejado
atrás por la historia.
En cambio, López Obrador declaró inmediatamente su apoyo al
gobierno argentino, al tiempo que exigió que Pemex explique los
privilegios que se han otorgado a Repsol, como en la cuenca de Burgos,
en que hizo un gran negocio la firma española y en que Pemex quedó
prácticamente marginado.
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