José Agustín Ortiz Pinchetti
No es bueno el oficio de profeta, pero estamos condenados a
verel futuro. Morena tiene un primer plazo definido: 30 meses para convertirse en partido y
posicionarseen las elecciones federales de julio de 2015, donde seguramente refrendará su registro con entre cinco y 12 por ciento de la votación nacional. En este lapso tendrá oportunidades y problemas. Uno de los peores será una feroz campaña de descalificación en la que participarán el Ejecutivo federal, la mayoría de gobiernos estatales y los partidos rivales, incluyendo una franja no despreciable del PRD. Aunque lo inteligente sería que este instituto y los otros progresistas crearan un frente común para fortalecerse y pasar a la siguiente fase: la elección presidencial de 2018.
El éxito de Morena dependerá en buena parte del fracaso de Peña
Nieto. Él y su equipo no ganaron con limpieza las elecciones, pero
pueden aprovechar el vicio mexicano de vivir optimismos (normalmente
infundados) al iniciar un ciclo sexenal. Contarán con los medios
electrónicos y el apoyo de la oligarquía para crear la ilusión de
recuperación. Otro factor es la suerte del PAN, que está en peligro de
colapsar, pero el PRI y el gobierno intentaran evitar que eso suceda
para impedir que Morena se adueñe de la oposición. Aún queda un reducto
de panistas nada despreciable, que sólo con el apoyo del PRI intentará
salvar al blanquiazul.
Morena puede tener su gran oportunidad en el factor que he
llamado el despertar. Ese fenómeno –por obvio, casi inadvertido por la
cátedra– que consiste en un cambio profundo de la consciencia pública:
si una parte substancial de la población se reconoce como agente de su
propio destino y convierte la resistencia y la inconformidad en
organización y en consciencia, Morena puede tener una base social
poderosa y convertirse en un verdadero contendiente. Pero AMLO y sus
compañeros deberemos cumplir duras tareas de organización y
concientización, y cumplir cabalmente los requisitos para inscribirse
como partido en el otoño de 2013. Esto supone un enorme trabajo: la
creación de comités municipales y su integración en unidades mayores,
distritales y estatales, hasta culminar con un aparato nacional con más
de un millón de afiliados.
No es cualquier reto, sobre todo cuando hay que navegar contra muchos
vicios arraigados en lo que vagamente llamamos izquierda: amiguismo,
oportunismo, sectarismo, que convirtieron al PRD en confederación de tribus. Además,
Morena necesita miles de horas de trabajo voluntario y un formidable
desarrollo de la imaginación política y la autodisciplina. Una
organización democrática sólo puede prosperar cuando sus miembros
renuncian a
ganar a como dé lugar. Además, el nuevo partido tendrá la dura prueba de la escasez de recursos, que le sobran a sus adversarios.
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