viernes, 17 de abril de 2009

La euforia de una visita

Epigmenio Carlos Ibarra

Aunque en su momento —como millones de personas— celebré la victoria de Barack Obama, porque la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca es un hecho de enorme trascendencia, una acto de justicia histórica que honra a la democracia norteamericana y porque además él si sacó a patadas a Bush de la residencia presidencial, no comparto en absoluto el optimismo de quienes piensan que las relaciones entre nuestros países habrán de cambiar necesariamente para bien. Menos todavía comparto la euforia de quienes viven con gran excitación la cortísima visita del mandatario estadunidense a México. Cierto es que el hombre —eso ha pasado en sus giras internacionales— tiene el impacto de una estrella de rock. Su carisma, la curiosidad que despierta su persona, las esperanzas que levanta su discurso son enormes, sin embargo, lo son también sus ataduras y es que, a lo largo de la historia, los norteamericanos —más allá de que sean republicanos o demócratas quienes gobiernen— han demostrado que son muy malos vecinos, peores socios y aliados sumamente caprichosos y volátiles por decir los menos. Con Obama las cosas no tienen, me temo, por qué ser diferentes.

Por otro lado, me preocupa profundamente el desmedido halago —un mero recursos diplomático transformado aquí por quien lo recibe en capital electoral— que Obama y sus funcionarios hacen de Felipe Calderón y su guerra contra el narcotráfico. Detrás de esos halagos subyace la misma visión asistencialista, policiaco-militar de combate a un problema que exigiría de todos los actores un compromiso de muy distinta naturaleza. Aquellos que en México alientan la instalación de un régimen autoritario —tentación perenne de los panistas— los apóstoles de la “mano dura” a los que les encanta vestir de verde olivo, pueden —y con razón— interpretar la postura norteamericana como un aval a sus pretensiones. Kennedy, en su tiempo, otro caudillo carismático, impulsó, vaya paradoja tratándose de un demócrata, a las derechas latinoamericanas. En aquel entonces era el anticomunismo lo que hacía caminar a Washington al lado de los más execrables aliados; hoy con el narcotráfico puede suceder lo mismo.
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