martes, 21 de julio de 2009

Déjenlas en paz

Pedro Miguel

Si se miran las cosas con una actitud optimista y positiva, habría que concluir que el país se encuentra estancado porque sus funcionarios públicos –policías, ministerios públicos, jueces, procuradores, embajadores en Washington, presidentes de la República– son tan, pero tan tontos, que se tragan la historia de agentes judiciales secuestrados por mujeres indígenas desarmadas: érase una vez, en el pueblo queretano de Santiago Mexquititlán, un tianguis al que asistían tres malvadas vendedoras de aguas frescas; cuando vieron llegar al sitio a seis heroicos pero ingenuos integrantes de la Agencia Federal de Investigaciones, concibieron la idea de privar de la libertad a uno de ellos para exigir rescate, pusieron manos a la obra y en menos de un día habían logrado su avieso propósito; un mes más tarde, las crueles comerciantes fueron capturadas con pleno respeto a sus derechos y a sus garantías individuales, confesaron su delito y un juez honorabilísimo y perspicaz condenó a una de ellas a 21 años de cárcel, como castigo ejemplar que sirviera de escarmiento a todas las vendedoras de aguas frescas del país.
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