Vicente Fox, esa fuente inagotable de alegría y buen humor, está desatado. Como ya se acabó la primera temporada de Hazme reír, se sintió obligado a ofrecerle al pueblo mexicano, ciertamente incapaz de apreciar en todo su valor el shock económico del trukulento doktor Karstenstein y su benigno anuncio de más y mejores impuestos, un espectáculo de fraseologías inolvidables. Mientras Calderón ofrece una triste interpretación de canciones rancheras en Uruguay para alterarle la paz de los sepulcros a un tal José Alfredo, el ex presichente se luce al autodenominarse engendrador de vacas —que no de zelayazos en el PAN—, al decidir que ya es tiempo de devolver al Ejército a los cuarteles (sin zongolicazos se van a aburrir los pobres), y explicar con la talla intelectual que le caracteriza que los problemas de México están más relacionados con las adversas posiciones de los astros que en la falta de pericia, voluntad política y decidida vocación blanquiazulina para hacer del capitalismo una bestia salvajemente grupera.
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