Domingo, 16 de Ago de 2009. 9:04 am
Después de la última reunión de Unasur, el panorama en el continente se esclarece. Pero para comprender este esclarecimiento, debemos unir ciertos cabos. El presidente Uribe, con su anunciada ausencia y su tour explicativo de forma selectiva, renunció de manera descarada a la ocasión de vernos todos a los rostros y de hablarnos suramericanamente, como se debe hacer entre quienes compartimos una suerte y un destino común. Prefirió lo que él ha dado en llamar diplomacia muda, esto es, sin voz propia.
Todo indica que quieren llevar a nuestros pueblos a un callejón sin salida. Ya en Trinidad y Tobago el presidente Obama asomó una idea: olvidar el pasado e interesarse exclusivamente en el futuro; nada original por cierto aquella proclama obamista: es el canto sublime del capitalismo, el propio canto del cisne: la modernidad. En la reunión del pasado lunes diez en Quito, la representante colombiana nos recomendó la parte que faltaba de la receta: desideologizar el diálogo. Vaya qué propuestas: quedarnos sin historia que contarnos y sin ideas para orientarnos.
Mucho ha sido el tiempo transcurrido desde que la plaga del coloniaje se nos vino encima, para que ahora vengan a vendernos nuevos espejitos o a tratar de confundirnos en brumosos espejismos. Larga ha sido nuestra travesía, para que nos quieran hacer creer ahora que detrás de las bases militares yanquis en Colombia, no están agazapadas la guerra y la desolación como amenazas terribles para la paz, la unidad y el futuro de los pueblos suramericanos y caribeños.
Dice el pensador argentino Atilio Borón: ¿Qué pretende Uribe con su frenética gira por América suramericana? Nada menos que vender una iniciativa tóxica, para utilizar el lenguaje impuesto por la crisis capitalista: justificar la escalada de la ofensiva militar del imperio con el propósito de revertir los cambios que en los últimos años alteraron la fisonomía sociopolítica de la región.
Tenía toda la razón el presidente Rafael Correa, al denunciar la doble moral internacional, en la Reunión de Unasur del pasado lunes. Voy a glosar su argumentación: las bases militares gringas, según la visión del imperio, son un problema de soberanía de un país, en este caso, de Colombia. Pero el desarrollo de un programa nuclear por parte de un país que Washington considere del eje del mal, ya no es un problema de soberanía, sino una amenaza planetaria. En síntesis: a los gobiernos insumisos hay que acusarlos de todo y a los gobiernos sumisos hay que apoyarlos en todo. ¡Qué descaro!
Es, en verdad, la doble moral imperial.
Leer artículo completo
Todo indica que quieren llevar a nuestros pueblos a un callejón sin salida. Ya en Trinidad y Tobago el presidente Obama asomó una idea: olvidar el pasado e interesarse exclusivamente en el futuro; nada original por cierto aquella proclama obamista: es el canto sublime del capitalismo, el propio canto del cisne: la modernidad. En la reunión del pasado lunes diez en Quito, la representante colombiana nos recomendó la parte que faltaba de la receta: desideologizar el diálogo. Vaya qué propuestas: quedarnos sin historia que contarnos y sin ideas para orientarnos.
Mucho ha sido el tiempo transcurrido desde que la plaga del coloniaje se nos vino encima, para que ahora vengan a vendernos nuevos espejitos o a tratar de confundirnos en brumosos espejismos. Larga ha sido nuestra travesía, para que nos quieran hacer creer ahora que detrás de las bases militares yanquis en Colombia, no están agazapadas la guerra y la desolación como amenazas terribles para la paz, la unidad y el futuro de los pueblos suramericanos y caribeños.
Dice el pensador argentino Atilio Borón: ¿Qué pretende Uribe con su frenética gira por América suramericana? Nada menos que vender una iniciativa tóxica, para utilizar el lenguaje impuesto por la crisis capitalista: justificar la escalada de la ofensiva militar del imperio con el propósito de revertir los cambios que en los últimos años alteraron la fisonomía sociopolítica de la región.
Tenía toda la razón el presidente Rafael Correa, al denunciar la doble moral internacional, en la Reunión de Unasur del pasado lunes. Voy a glosar su argumentación: las bases militares gringas, según la visión del imperio, son un problema de soberanía de un país, en este caso, de Colombia. Pero el desarrollo de un programa nuclear por parte de un país que Washington considere del eje del mal, ya no es un problema de soberanía, sino una amenaza planetaria. En síntesis: a los gobiernos insumisos hay que acusarlos de todo y a los gobiernos sumisos hay que apoyarlos en todo. ¡Qué descaro!
Es, en verdad, la doble moral imperial.
Leer artículo completo