Los ánimos reformistas de Felipe Calderón constituyen un pálido intento de reacción frente a una realidad política adversa que cada día se le escapa más de las manos. El panista michoacano va consolidándose como un olímpico especialista en proponer lo que no puede cumplir o lo que acabará siendo reformulado por otras fuerzas, las que realmente deciden. Ayer dio un depurado ejemplo de esa vocación por lo fallido, al presentar muy de mañana una suerte de decálogo de intenciones de remozamiento político que unas horas después eran menospreciadas por los principales personajes del entramado legislativo al que FC no había concertado o comprometido (al mejor estilo del desbocado Fox, quien solía anunciar prematuramente lo que así echaba a perder por falta de amarres). |