Pedro Miguel
Ahora nos enteramos, en las páginas de The New York Times, que
Wal-Mart soborna a funcionarios de nuestro país para que le permitan
hacer lo que le dé la gana en territorio nacional. Antes, gracias a la
realización de audiencias legislativas en Estados Unidos, pudimos saber
que la DEA lavó dinero para un cártel mexicano y que ATF
suministró armamento a la delincuencia organizada. El año antepasado se
dieron a conocer documentos judiciales del país vecino del norte que
revelaban la existencia de una corrupción de clase mundial en el seno de
la Comisión Federal de Electricidad (CFE) que involucraba a altos
directivos de esa paraestatal. Por norma, la Procuraduría General de la
República, la Secretaría de la Función Pública y otras instancias
nacionales encargadas de procurar justicia, de combatir la corrupción y
fiscalizar a los funcionarios, se enteran de esos y de otros escándalos
por los medios, se desperezan, se frotan los ojos, anuncian que van a
hacer algo y de vez en cuando redactan un oficio o hasta inician una
averiguación previa.
Desde luego, hay otras formas de destruir, por acción o por omisión,
la soberanía nacional en materia de procuración e impartición de
justicia. El caso de Florence Cassez salió del ámbito de los tribunales
nacionales gracias a las payasadas mediáticas de Genaro García Luna.
Muchos activistas sociales, defensores de derechos humanos o simples
víctimas del atropello y la prepotencia han debido hallar justicia en
instancias internacionales. Por lo demás, estos últimos desgobiernos
federales han tenido el gatillo fácil en materia de extradiciones. Hoy
hasta parece normal que un presunto delincuente mexicano, que cometió
supuestos delitos en territorio nacional, sea automáticamente arrojado
al norte del Río Bravo en extradición exprés. Los gobernantes han tenido
incluso el descaro de justificar tales actos argumentando que las
cárceles del país, administradas por ellos, carecen de las condiciones
de seguridad adecuadas, o que, como hay mucha corrupción, no vaya a ser
que el preso se escape. Y por si no faltara, Felipe Calderón suele
desahogar la frustración por los fracasos de sus policías y fiscales con
exabruptos berlusconianos orientados a descalificar a los jueces y al
poder judicial en su conjunto.
Ver mas Yo detengo a los delincuentes pero los jueces los dejan libres, ha dicho Calderón varias veces, sin mencionar que en muchos de esos casos no había pruebas suficientes para sentenciar a los acusados, o ni siquiera para procesar a los presentados, o bien que se trataba de culpables fabricados con los tradicionales métodos canallescos e ilegales del repertorio policial..
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