miércoles, 20 de junio de 2012

Voto al cambio y voto masoquista


¿Hay una lógica que contravenga, en la realidad y no en los oráculos hechizos con cara de metodología científica, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las urnas y en el escrutinio y cómputo efectivos de los sufragios a su favor el próximo 1º de julio? No la hay, y argumentarlo es un ejercicio que no requiere de mayor sofisticación.

Hace seis años, a pesar del complot con toda la t de evidente; de la guerra sucia encabezada por el PAN, las principales organizaciones empresariales y el duopolio televisivo; de las intervenciones ilegales de Fox condenadas por el Trife pero impunes; de la mano negra de Felipe Calderón a través de su cuñado Diego Hildebrando Zavala en un IFE cómplice; de la alianza entre Calderón y Elba Esther Gordillo; de la Conago que protagonizó, junto con el SNTE, la mayor alianza del PRI con el PAN; de las trampas que alteraron las actas y el resultado final: a pesar de todo esto y mucha basura más, la elección la ganó López Obrador.

¿No la ganó? ¿No la ganamos quienes votamos por el tabasqueño? ¿Acaso la enorme duda de la mitad del electorado que votó en 2006 y su exigencia de que se procediera al recuento de los votos no era suficiente para que, una vez despejada, la fuerza de la legitimidad hubiese hecho del de Calderón un gobierno bien sentado sobre bases políticas, en el caso de que el recuento le diera a él la victoria, y no sobre la base de un despliegue militar a pretexto de combatir al crimen organizado? Si no se quiso aceptar el recuento fue porque Calderón no alcanzó la victoria en las urnas. Lo mismo que ocurrió en 1988 con Salinas de Gortari, el factótum del fraude de entonces y de todos los que hagan falta para intentar un neomaximato.

Todas las circunstancias adversas que hoy se le ven o se le quieren ver (magnificadas) al triunfo de López Obrador estuvieron presentes hace seis años. Y entonces el candidato de la coalición Por el Bien de Todos obtuvo más votos que el candidato del PAN o bien, según la cuestionada versión oficial, quedó a 0.56 por ciento del panista.

Tales circunstancias difieren de las de entonces en una serie considerable de aspectos que resultarán, al cabo, en los votos suficientes para que el abanderado del Movimiento Progresista sea el próximo presidente de México. Antes de enumerar esos aspectos es muy importante mencionar que en 2006 no hubo lo que pudiéramos llamar deserciones del electorado que votó por López Obrador. No las hubo ni en el primer momento poselectoral, en que la mitad del país se sintió despojada de las acciones del gobierno al que había elegido en la figura de AMLO, ni durante el plantón que la derecha gárrula aún sigue agitando para asustar a los desinformados y a los fundamentalistas seguidores de Doña Eme, ni tampoco después. ¿Hubo pronunciamientos significativos del electorado que votó por AMLO exigiéndole aceptar los resultados oficiales? Las voces que sí lo hacían eran las de aquellos que lo habían atacado abiertamente y estaban por que Calderón se impusiera a toda costa.

En suma, el electorado que votó por AMLO en 2006 no tendría razones para no votar por él nuevamente. A esto hay que agregar los votos que cosechará por otras que hace seis años no estaban presentes:
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