MÉXICO, D.F. (apro).- A la vieja liturgia priista para la toma del
poder de Enrique Peña Nieto, que imita especialmente a Carlos Salinas,
se ha sumado un hecho oprobioso: El levantamiento de una muralla de
acero, custodiada por las tropas, en torno del Congreso de la Unión que
se supone soberano.
La arbitraria clausura de 11 estaciones del
Metro y del Metrobús durante una semana, además de ser una impudicia,
conculca el derecho constitucional de tránsito de miles de mexicanos que
viven y laboran en esa zona, que desde el sábado está en virtual estado
de sitio.
La reapertura este lunes de dos estaciones del Metro,
concedidas por el Estado Mayor Presidencial (EMP) ante el repudio
popular, no remedia la insolencia de levantar un cerco en torno del
reciento donde Felipe Calderón entregará la banda presidencial a Peña.
Ni
siquiera en la toma de posesión del propio Calderón, el 1 de diciembre
de 2006, se amuralló un kilómetro a la redonda el palacio legislativo de
San Lázaro.
Y entonces había una efervescencia política mayor a
la actual, pero ahora hasta Andrés Manuel López Obrador cedió el Zócalo a
Peña y replegó a sus huestes a la Columna de la Independencia, el viejo
emblema panista.
No se entiende tan gigantesco dispositivo de
seguridad en torno a la Cámara de Diputados –que tampoco con Salinas lo
hubo– sin la lógica del miedo de Peña, no a no tomar posesión –porque lo
puede hacer casi en el baño como en la Ibero–, sino a perder otra vez
el control de su entorno.
Naturalmente el cerco metálico es
también un mensaje a la sociedad: Si la operación política no funciona,
por incompetencia o por lo que sea, queda el recurso de la fuerza
policiaco-militar.
También es un mensaje la reactivación de la
liturgia priista para la asunción al poder de Peña: Luego de la toma de
protesta ante el Congreso, se trasladará al Palacio Nacional para
pronunciar un discurso y proceder al besamanos mientras es resguardado
por miles de militares en el Zócalo.
Hace 24 años, en 1988,
Salinas abrió ese camino: De San Lázaro se trasladó al Palacio Nacional
en un vehículo descubierto –a cuyo paso le arrojaban toneladas de
confeti desde las azoteas– y en el Zócalo se dispuso una parada militar,
la primera en la historia contemporánea de México, una decisión
derivada de la sucia elección.
Semejantes en las prácticas de
fraude, hay dos diferencias: Peña no tiene previsto trasladarse a
Palacio Nacional en un auto descapotado y ahora –como se describió
arriba– se ha cercado a San Lázaro, con altos bloques de acero
custodiados por militares y policías, a más de un kilómetro a la redonda
y con una semana de anticipación.
La duda es si Peña Nieto
ordenará capturar a los opositores sólo por serlo, trasladarlos con los
ojos vendados al Campo Militar Número Uno y someterlos a tortura, tal
como lo hizo Salinas en su toma de posesión. Lo sé porque, reportero
entonces de la sección cultural de “El Financiero”, fui uno de ellos.
Y
está en duda también si, pese a los contrapesos políticos y
partidarios, Peña no procede de manera análoga a Salinas en un embate
que costó la vida a más de 500 opositores perredistas.
Nada puede descartarse. Ni siquiera que Peña no lo haga.
Apuntes
Es
imagen es de Milenio-TV: Los helicópteros que aterrizaron en el Zócalo,
como parte del desfile militar del 20 de noviembre, dispersan el
estiércol de los caballos que llega hasta el balcón principal de Palacio
Nacional, donde Calderón y su familia observan el despliegue militar.
Los niños se tapan la nariz y hacen gestos de desagrado por el olor.
Calderón, malencarado, se sacude el saco y el cabello, pero es evidente
que quedó literalmente manchado de estiércol.
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