José Agustín Ortiz Pinchetti
¿Hasta que punto
aquello que vivimos y hacemos se volverá histórico, es decir, tendrá
peso significativo en épocas venideras? Eso me pregunté al participar en
el congreso de Morena. Como anotan Meyer y Márquez (Nueva Historia General de México, Colmex), en 2006 AMLO optó por ponerse al frente de un movimiento
cuyo objetivo de largo plazo fue tan ambicioso como difícil: modificar de raíz la cultura política de las mayorías, y cuyas formas de acción se hicieran al margen de los partidos existentes.
Cualquiera que sea el destino final de Morena, los historiadores del
futuro se preguntarán cómo un hombre apoyado por un grupo relativamente
pequeño de leales, con escasos recursos, pudo levantar una organización
política nueva, fincada por primera vez en las bases mismas de la
sociedad. Cómo logró organizar a miles de grupos en todo el país,
promover y defender una elección marcada por la compra y la coacción
masiva de votos, y cómo alcanzó 16 millones de electores y luego, en
lugar de inclinarse por la autovictimización, convirtió esa fuerza
latente en orgánica. Al punto de celebrar 300 congresos en cada distrito
del país y 32 en cada una de las capitales, y cómo a pesar del curso
accidentado de muchas de esas asambleas logró concretar una
representación legítima y estable de 2 mil 500 delegados y celebrar un
congreso general, todo ello en menos de 90 días.
A muchos nos asombró la calidad de las asambleas, la excelente
organización y la autodisciplina. La congruencia entre el discurso y
los hechos. AMLO cumplió: no hubo línea ni consigna y se
eligieron a centenares en plena libertad. Esto causó un curioso
desconcierto. Los más cercanos a AMLO declinaron o no se
autopromovieron. Algunos grupos de
grillosmenores impulsaron candidaturas, pero eso fue marginal. Las cosas sucedieron conforme a un programa prestablecido con una logística impecable, nada de clientelismo, grupismo ni control al estilo de los partidos vigentes.
Morena surge en una contradicción entre la vocación por la
modernidad, la creación de un Estado más democrático y más justo, y una
cultura autoritaria y corruptora arraigada en estructuras de muy larga
duración, en la que aún vive, acepta, aprovecha y padece, como
inevitable, un amplio sector de la población. Favorece a Morena una
revolución cultural silenciosa que se ha venido acelerando en décadas
recientes. Ese movimiento profundo es la única esperanza para que México
no continúe en la descomposición, para que no caiga en la violencia. La
calidad democrática y la excelente organización del congreso fundador
de Morena son buen síntoma.
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