viernes, 8 de junio de 2012

Colaborador Invitado / La profecía de Miguel Ángel


Reforma.com
(8-Jun-2012)
Shulamit Goldsmit

La frase con la que Miguel Ángel Granados Chapa cerró su última columna periodística (y su vida), se convierte hoy en una profecía realizable. En esa impactante Plaza Pública que escribió para Reforma la tarde del 13 de octubre del año pasado y que tanta consternación causó al publicarse la mañana siguiente, Miguel Ángel señaló un camino para escapar de la pudrición en que se encuentra sumido nuestro país, por la inequidad social, la pobreza, la incontenible violencia criminal, la corrupción que tantos beneficiarios genera . Sin embargo, con el amor a la vida, el optimismo y a la vez con el realismo que lo caracterizaron, confió en la energía social de los mexicanos para no aceptar esa realidad como un destino inexorable y profetizó que es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida .

Con anterioridad, al recibir la presea Belisario Domínguez en 2008, advirtió que pocas veces en la historia habían convergido en nuestro país tantas y tan graves adversidades . En aquel discurso memorable insistió en la misma demanda con la que se despidió de sus lectores: reconstruir la casa que nos alberga o a erigirla si es que nunca la hemos tenido .

A escasos siete meses de que el columnista expresó lo que él llamó un deseo ingenuo y pueril , sus palabras resultan proféticas.

A partir del 11 de mayo, los mexicanos estamos presenciando un cambio de escenario que puede hacer posible la mutación nacional que propuso Granados Chapa. No se trata únicamente de propiciar el triunfo o la derrota de uno u otro candidato presidencial, de gobernadores y congresistas. No; se trata de un logro mucho más profundo y significativo: el despertar de la conciencia de la juventud universitaria, un importante sector de la población mexicana.

Empezando en la capital, el descontento juvenil reprimido por décadas irrumpió incontenible en la Universidad Iberoamericana y continuó en instituciones educativas públicas y privadas de casi toda la República Mexicana, buscando -de manera organizada e inteligente- remover los cimientos deteriorados de estructuras corruptas que han permanecido inamovibles durante décadas.

Este despertar de los jóvenes no representa una queja egoísta ni personalizada. Se saben privilegiados al tener acceso a la educación superior. Su indignación tiene mayores reclamos: una sociedad injusta,

inequitativa, opaca, reforzada por gobiernos corruptos (sea cual sea su logo y su color) que se adueñan y reparten entre ellos sexenalmente el poder y la riqueza; la imposición de un candidato hechizo y además, inepto; el monopolio, la manipulación y la falta de transparencia en los medios de comunicación, la turbiedad en los manejos presupuestales, la impunidad..., es decir, la pudrición que delató Miguel Ángel.

No es la primera vez que la injerencia de los estudiantes en los procesos políticos se ha constituido como un agente de cambio histórico. En las primeras décadas del siglo pasado, los universitarios eran los revoltosos que pugnaban por la caída del régimen porfirista. No se les prestó atención entonces, ni los historiadores se han interesado por revisar aquel fenómeno social, pero es claro que propiciaron un cambio. En 1968, los estudiantes protestaron ante un gobierno represor, sordo y ciego ante las demandas populares; fueron masacrados con métodos fascistas y aún hoy lloramos el desenlace. Sin embargo, ese hecho marcó, al igual que en 1910, un viraje ascendente en la vida nacional.

La primavera mexicana nos enseña que los jóvenes no quieren aceptar como destino inexorable una marcha continua hacia la debacle. Por el contrario, de acuerdo con la predicción de Granados, los universitarios están mostrando su firme decisión de sacudirse la imposición y construir en nuestra nación un nuevo entorno político y social.

Hoy, somos testigos del ímpetu de quienes por su juventud, su determinación y sus conocimientos académicos y tecnológicos pueden propiciar un cambio en el destino de nuestro país. Y así, hacer que la profecía ingenua y pueril de Miguel Ángel, se convierta en realidad.

La autora es académica del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana.