miércoles, 22 de agosto de 2012

Astillero

  • Calma (aparente)
  • Perturbaciones
  • Halconería
  • Huevos revueltos
Julio Hernández López

A pesar de que se vive un momento calmoso (al que la meteorología social en automático consideraría antesala de tormenta), las dos fuerzas en tensión hacen amagos y velan armas políticas.

En apariencia, todo transcurre en una rutina sin sobresaltos. Los coordinadores de las bancadas legislativas de los diferentes partidos acercan posiciones y hacen discursos de circunstancia, mientras los senadores y diputados federales electos cumplen con los trámites de acreditación de su nuevo rango. El panista que ha ocupado desde 2006 la Presidencia de la República se mueve ligero entre actos oficiales complacientes y palabrería optimista. Y las intrigas partidistas se multiplican entre la clase política que se afana en redefinir posiciones rumbo a un sexenio previsiblemente agitado, pero supuestamente muy benéfico para esas élites, aunque no lo sea para la nación.

El aire resignado de los ciudadanos que creen inevitable la instalación de Enrique Peña Nieto como nuevo ocupante precarista de la silla presidencial no despeja, sin embargo, la sensación de que, aun cuando todo parezca amarrado con cintas de tres colores, persisten demasiados factores que podrían alterar e incluso derribar la tramposa construcción peñanietista del poder futuro. Muchos de esos ciudadanos están ciegamente esperanzados en que el nada santo oficio político del priísmo devuelva la paz a las calles, plazas y carreteras, aunque esa restitución de pactos mafiosos signifique corrupción multiplicada y defraudación electoral a largo plazo. Desde luego, el sistema alienta las percepciones de la unidad nacional, el dar la vuelta a lo electoral y ponerse a trabajar.

No son solamente electorales las razones por las cuales está siendo difícil cerrar el ciclo de la imposición. Bastaría, técnicamente, con la emisión del certificado de compra a salvo por parte del amoldado tribunal electoral federal. Pero así como le fue imposible a ese priísmo encopetado salir a las plazas a festejar un presunto triunfo aplastante (que en otras condiciones habría generado un júbilo imposible de contener) hoy le está siendo difícil justificar socialmente la validez de esa misma supuesta victoria que ante evidencias de fraude y compra resulta cada vez más abollada y deslegitimada.

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