Salarios bajos, impuestos rigurosos a los trabajadores y perdón fiscal al capital más poderoso, servicios y combustibles caros, explotación privada del petróleo, importación de alimentos caros y tóxicos y no apoyo a los productores mexicanos, ganancias excesivas de la banca, millones de miserables, entrega de los recursos naturales a corporaciones extranjeras, 98 por ciento de los homicidios cometidos sin castigo alguno, privatización de todo lo que se deje privatizar, devastación ecológica, aumento de enfermedades, inseguridad en más de la mitad del país y, last but not least, nuevo contubernio de los monopolios económicos y de las mafias políticas con el crimen organizado.
México es ya un infierno social, no sólo por lo que sucede sino por lo que habrá de suceder si el último de los agravios, la compra descarada y despiadada de las elecciones presidenciales, es legalmente avalada por esas fuerzas perversas en pleno contubernio. Es más, hoy la ilegalidad e inmoralidad del proceso electoral se ha convertido en el primer obstáculo para salir de ese infierno. Esta elección ya dejó de ser ideológica para volverse una elección moral, el primer paso para iniciar la regeneración nacional.
¿Frente a ello, qué podemos hacer los ciudadanos? Muy simple, como lo señalé en mi entrega anterior (La Jornada, 10/8/2012) “… si el juego no ha sido limpio, si otros jugadores y los árbitros nos hacen trampas, es muy sencillo: cambiemos de juego”. Lo anterior supone pasar de una democracia representativa a una democracia participativa, poner bajo control social a los poderes económicos y políticos hoy convertidos en factores antidemocráticos, apátridas y de explotación ecológica y social. Cambiar de juego significa hoy dos cosas: desconocer la validez y legitimidad de la elección presidencial y, en segundo término, llevar a la práctica una nueva consulta que supere las limitaciones y trampas de la realizada por los poderes.
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