José Blanco
No hay otra forma de referirse a la gran mayoría de quienes laboran y sobre todo dirigen las instituciones financieras. En todo el mundo se buscan hoy las medidas más apropiadas para regular lo que nunca debió ser desregulado, pero, por supuesto: en todas partes los primeros que han protestado son los propios banqueros.
En México uno de los primeros en salir a la palestra fue Ignacio Deschamps, presidente de BBVA Bancomer. “Evitemos las tentaciones de controlar variables que deben responder al libre comportamiento del mercado: los precios de los productos y los servicios deberán reaccionar a factores de riesgo, de liquidez y de competencia”, dijo. Desde luego, obtuvo de inmediato la solidaridad de sus congéneres, incluido el inefable Luis Pazos que está puesto ahí, en la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef), para velar por los intereses de los clientes de los banqueros. Poner topes a las tasas de interés de tarjetas de crédito, dijo este señor, que ya debiera estar en su casa, es como “la pena de muerte”: no da resultados. Pazos está al servicio de los banqueros, no de los clientes de éstos.
Las tasas de interés de las tarjetas de crédito son en México un atraco, pero lo que cobran los banqueros no se agota en dicha tasa. En octubre pasado, las tarjetas de crédito de los diversos bancos cobraron en promedio 41.78 por ciento, pero el costo anual total (CAT) de este tipo de financiamiento ascendió a 110 por ciento (gastos, comisiones, más formas mil de la insaciable hambre de billetes de los banqueros), según datos del Banco de México y de la propia Condusef. Después las tasas y CAT se fueron a la estratosfera (el riesgo, sabe usted), de modo que aun una corta regulación como la que aprobó el Senado (que no son topes) era necesaria.
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