México, DF; 5 de diciembre (Apro).- Hace cuatro años, días antes de ocupar Los Pinos, Felipe Calderón se reunió con los periodistas que siguieron su campaña presidencial y los meses de la animosidad que dejó su cuestionado triunfo en las urnas. Eran días de tensión e incertidumbre. No se sabía si, en efecto, juraría en el Congreso como presidente constitucional de México.
En esa reunión se quejó abiertamente de Proceso. Dijo que no entendía por qué con su cobertura contribuía a un ambiente “golpista” si el fundador de la revista, Julio Scherer García, había sido, precisamente, víctima de un golpe en 1976 y expulsado de la dirección del periódico Excélsior.
Calderón hizo pública su querella, dolido por la cobertura periodística del semanario a su campaña presidencial como un candidato sin carisma, desconectado de la población, con el abierto apoyo de la presidencia de la República y de la cúpula empresarial y, sobre todo, como promotor del odio y la división.
Su encono respondía también a la decisión de la revista de requerir al Instituto Federal Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación las
boletas de su elección para hacer un recuento independiente, mediante una muestra, de los votos que en efecto obtuvo los comicios que también reclamó para sí Andrés Manuel López Obrador.
Por su naturaleza autoritaria, Calderón nunca entendió que la petición de la revista estaba lejos del ánimo “golpista”, sino que obedecía a la transparencia y al ejercicio de acceso a la información, vitales para una sociedad democrática.
Desde los primeros días del sexenio, su talante ya había operado la primera agresión contra la prensa al emplazar al periodista radiofónico y empresario mediático José Gutiérrez Vivó a “portarse bien” o prepararse para la estocada final de su proyecto periodístico de 33 años que, en pleno régimen autoritario priista, abrió la crítica en medio del control informativo.
Meses después acabó por darle la puntilla al proyecto periodístico Monitor de Gutiérrez Vivó, quien durante la campaña presidencial de 2006 tampoco fue adulador del candidato oficial; lo que le valió acusaciones de favorecer al principal candidato opositor. Aún cuando el empresario se hubiese inclinado por López Obrador, nada le impedía que lo hiciera, salvo la intolerancia y el autoritarismo.
Antítesis de la democracia, tales conductas pronto se repitieron en el caso de la periodista Carmen Aristegui, quien en su noticiario matutino de la cadena W aún desde antes de que llegara a Los Pinos se volvió incómoda no sólo para Calderón, sino para los propios concesionarios de ese espacio público radioeléctrico, nunca mejor dicho, dueños de la estación: Televisa.
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En esa reunión se quejó abiertamente de Proceso. Dijo que no entendía por qué con su cobertura contribuía a un ambiente “golpista” si el fundador de la revista, Julio Scherer García, había sido, precisamente, víctima de un golpe en 1976 y expulsado de la dirección del periódico Excélsior.
Calderón hizo pública su querella, dolido por la cobertura periodística del semanario a su campaña presidencial como un candidato sin carisma, desconectado de la población, con el abierto apoyo de la presidencia de la República y de la cúpula empresarial y, sobre todo, como promotor del odio y la división.
Su encono respondía también a la decisión de la revista de requerir al Instituto Federal Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación las
boletas de su elección para hacer un recuento independiente, mediante una muestra, de los votos que en efecto obtuvo los comicios que también reclamó para sí Andrés Manuel López Obrador.
Por su naturaleza autoritaria, Calderón nunca entendió que la petición de la revista estaba lejos del ánimo “golpista”, sino que obedecía a la transparencia y al ejercicio de acceso a la información, vitales para una sociedad democrática.
Desde los primeros días del sexenio, su talante ya había operado la primera agresión contra la prensa al emplazar al periodista radiofónico y empresario mediático José Gutiérrez Vivó a “portarse bien” o prepararse para la estocada final de su proyecto periodístico de 33 años que, en pleno régimen autoritario priista, abrió la crítica en medio del control informativo.
Meses después acabó por darle la puntilla al proyecto periodístico Monitor de Gutiérrez Vivó, quien durante la campaña presidencial de 2006 tampoco fue adulador del candidato oficial; lo que le valió acusaciones de favorecer al principal candidato opositor. Aún cuando el empresario se hubiese inclinado por López Obrador, nada le impedía que lo hiciera, salvo la intolerancia y el autoritarismo.
Antítesis de la democracia, tales conductas pronto se repitieron en el caso de la periodista Carmen Aristegui, quien en su noticiario matutino de la cadena W aún desde antes de que llegara a Los Pinos se volvió incómoda no sólo para Calderón, sino para los propios concesionarios de ese espacio público radioeléctrico, nunca mejor dicho, dueños de la estación: Televisa.